Gregorio Magaña (1976). Mi barrio está de fiesta… el carrusel en su ingenua melodía, lo grita a la distancia y el viento lleva, con su música de órgano cilindrero tocando los compases de la opera de “Aída”. Hay fiesta en Santiago. Los viejos almendros, que rodean la plaza apacibles, durante la noche tropical, han despertado sobresaltados y brillan en sus copas aturdidas la luz.
La rueda de la fortuna es un resplandeciente collar colgado al cuello moreno de la noche, y como avispones de un sueño fatal, rugen ávidos de altura los aeroplanos del juego de la compañía Ordoñez. Muy cerca, los palitos de madera, blancos, negros, rojos, ¡suben y bajan en solemne figura sin moverse de un estrecho circulo a medio de la gritería informal de sus jinetes.
¡Mi barrio está de fiesta! Muchachitas de tobilleras hasta las rodillas, sorbiendo la copa de un helado de coco en un barquillo o masticando cacahuates en un cucurucho de papel de estraza. La noche es tibia. La gente se divierte mirando y englutiendo golosinas regionales.
Sobre una pequeña y rústica mesa, o al amparo de un “petate” en el suelo, se apilan relucientes los “náncenes” con tonalidades caprichosas: verdes de color olivo, solferinos o de un amarillo brillante como monedas de oro, ríen abiertas en canal las panzudas sandías mostrando al paseante su encarnada encía; “pibinales” morenos, despidiendo de si un vapor sutil, tal si fueran de canela; aguas frescas de zumo de frutas con su cromatismo incitante. Hay en el ambiente olor de fritangas sofreídas en el fuego improvisado.
Tamazucas que constituyen la fonda ocasional se levantan a nuestro paso, en donde los panuchos, los salbutes o los tacos con picosa salsa, crepitan el el comal ardiente lanzando al olfateo su apetecible reclamar… por doquier se escuchan risas y chacoteos juveniles; ramitos de flores que tímidamente compramos para ofrecer a la novia que nos toma de la mano, en tanto que una voz sorpresiva y machacante nos grita a la cara imprudentemente: ¡“pasen… pasen a la segunda tanda”!
El salón cine “Frontera” ubicado en el costado poniente de la plaza de Santiago, ha engalanado con foquillos de luz su plana fachada de tres puertas al público, y en la oscuridad de su techado alguien emboca la bocina de un viejo fonógrafo para anunciar, monótamente, la última película romántica de Maria Jacobini…. Hector Herrera, “el flaco” Andrés Urcelay o Goyito Méndez “El Dzipo”, han levantado su improvisado tablado escénico de madera rústica, sin pintar, con escenografía de papel de brocha “gorda” y cortinas que hacen las veces de puertas, de un vivo color rojo o de un morado “obispo”. El espectáculo consiste en tandas breves, las más de las veces en improvisado el diálogo regional para terminar con la actuación de una vedette o de un tenorcillo que canta las canciones de moda.
La vetusta y pequeña iglesia de Santiago Apóstol permanece silenciosa en la noche, oteando calma la pagana fiesta popular. En el cielo argentado de estrellas chisporrotea la pólvora de los voladores que cabrillean como serpiente de luz para, luego, hacer sonar el estrépito de su voz tronante, anunciadora de la fiesta y del regocijo popular.
Birham -amor y señor de la fiesta- ha levantado su tienda. Salpica con frases chuscas el ámbito de su juego de azar “el que le cantó a San Pedro” … “Solis con sus rayos quema” … “La sandía y su tajada” ¡Lotería! Y en las pupilas expectantes de la concurrencia hay novios que se amartelan cogidos de la mano; viejecitas que se ajustan nerviosamente el chal negro por la emoción que corretea a la suerte que tiene sutilezas y caprichos extraños de mujer histérica.
Y así las horas van cayendo en el regazo de la noche, en tanto que el “carrusel” gira que gira lanzando al viento sus notas quejumbrosas. Ya la gente dispersa. Una pobre vendedora se ha dormido ante su mechero de petróleo. Los enamorados corretean entre los arboles jugando al escondite. La música de los artilugios que giran gangosa y balbucean, siguen machaconamente sonando como en las primeras horas anunciando ¡Hay fiesta en Santiago!
Pero ya la gente va tomando sus rumbos domiciliarios. Muchos cansados, algunos con la alegría en el corazón de un amor nuevo: quizá alguno con el alma adolorida por un desaire o por la ruptura de una relación que pudo ser hogar… Pero volverán mañana, y mañana otra vez, hasta el 6 de agosto que terminan las fiestas de Santiago Apóstol, Patrón de España y que da su nombre al más sandunguero de los barrios de mi ciudad natal.
Periódico Novedades. 16 de mayo de 1976.