Mérida en el año de 1861

Subid a las torres de la iglesia de San Cristóbal situada en la parte oriental de Mérida, y veréis desde allí extenderse a vuestra vista el cuadro pintoresco de la ciudad. Si es de mañana, el sol naciente a vuestras espaldas hará resaltar con la iluminación de sus rayos en los perfiles y contornos, la belleza de tan magnifico panorama.

La adjunta ilustración litográfica representa a la ciudad de Mérida tomada desde el punto indicado, donde llaman particularmente la atención el melancólico hacinamiento de las ruinas de San Francisco, convento y castillo a la vez, las torres de los templos, y otros muchos edificios más o menos notables, cuyo conjunto aparece graciosamente engastado en un fondo de verdor tropical, bajo un cielo de azul purismo.

En la época de la conquista, Mérida era un gran pueblo indio llamado T-hó de la provincia de Cepeche, donde asentando sus reales el ejército conquistador, determinó echar los cimientos de su dominio fundado una ciudad capital. En efecto, era el seis de enero de 1542, veinticinco años después que Francisco de Montejo, hijo del Adelantado del mismo nombre, proveyó para jurídica constancia el auto de fundación que se lee, que, usando de los poderes que para ello tenía, y porque así se le había mandado por el ilustre Sr. Adelantado por una instrucción suya, firmada de su nombre, poblaba y edificaba una ciudad de cien vecinos, la cual fundaba en honor y reverencia de nuestra señora de la Encarnación, y que dicha ciudad le daba nombre a tal, la ciudad de Mérida, que nuestro señor guarde por largos tiempos.

Después de arreglar lo religioso y político de la nueva ciudad nombrando cura párroco al capellán del ejército, presbítero D. Francisco Hernández, nombrados los alcaldes, regidores, escribanos, procuradores, alguaciles y demás personajes públicos, prestando todos el debido juramento en manos del teniente del gobernador y capitán general D. Francisco de Montejo, hijo, se emprendió en el mes de diciembre inmediato, la construcción material de la ciudad. Porque el 29 de diciembre de aquel mismo año de 1542, reunido el cabildo, D. Francisco de Montejo presentó ante el un gran pergamino en que estaba dibujada la planta de la ciudad, y en que estaba marcado el solar que tocaba a cada uno de los vecinos, apareciendo escritos sus nombre en los espacios blancos que hacían los solares respectivos. De entonces acá, ya han transcurrido más de trescientos diez y nueve años.

Situada A pocas leguas de distancia de las costas de poniente y norte, a la elevación de 24 pies sobre el nivel del mar, en los 20° 58’ 30” de latitud Norte, y en los 83° 20’ y 15” de latitud norte, y en los 83° 20’ y 15” de la longitud occidental de Cádiz, la ciudad de Mérida ocupa una gran área de terreno igual y llano sólidamente entrañado de piedra calcárea. Sus anchas y rectas calles parten de oriente a o poniente, dividas por otras que atraviesa de sur a norte, formando regularmente cuadras iguales, con una plaza principal en el centro a que dan entrada ocho calles repartidas de dos en dos por cada ángulo de ella.

Esta plaza que es como de seiscientos pies en cuadro, presenta por la parte del oriente el suntuoso edificio de una de las mejores catedrales de la región-hispano americana, y el palacio episcopal: por la del poniente el palacio municipal; por la del norte el palacio de gobierno con la cárcel pública; y por la del sur, el antiguo palacio del conquistador y Adelantado D. Francisco de Montejo, que por los jeroglíficos y emblemas del tiempo de la conquista que adornan su majestuoso frontispicio, es un raro y curioso monumento, que excita la atención de todos los sabios viajeros que de otros puntos de América y también de Europa vienen a visitar nuestro país, atraídos por la fama de las ruinas monumentales que poseemos. En el centro de la mis plaza hay un jardín recientemente puesto con sus enverjados de fierro y una fuente artificial en medio. Pronto daremos a nuestros lectores para complemento de este artículo una vista especial de la Catedral y la plaza mayor de Mérida, y otras vistas de la misma ciudad tomadas en diferentes puntos, a más de la que ahora les ofrecemos, tomada desde las torres de San Cristóbal.

Fuera de la Catedral y ruinas del antiguo convento de San Francisco, hoy fortaleza de San Benito, mírense en Mérida los monasterios de la Mejorada y de RR. Concepcionistas. El primero, que fue de los padres Franciscanos, está en el día sin comunidad; observándose tan solamente en sus solitarias galerías algunos de los restos de la orden celebre, que por mucho tiempo domino con gran prestigio en la península. El segundo todavía conserva una pequeña comunidad, único asilo en todo Yucatán, a que pueden ocurrir las vírgenes piadosas que quieran consagrarse al Señor. Después de este claustro, no existe ya en el país otro alguno de ningún sexo. Hay también en Mérida dos curas en el sagrario de la iglesia Catedral para la administración de los sacramentos en lo que toca al centro; existiendo además otros tres curas de suburbio, en las parroquia de Santiago, San Cristóbal y Santa Ana. Se distingue después de la Catedral una iglesia de hermosa arquitectura con el título de Jesús, perteneciente en otro tiempo a la universidad y convento de Padres Jesuitas. Hay también varias capillas repartidas en diferentes puntos, cuyos airosos campanarios indican junto con las empinadas torres de los grandes templos, la mansión de un pueblo católico, cuyo número asciende probablemente en solo el casco de la ciudad, a veinticinco mil habitantes.

El aspecto de la ciudad es en general morisco según los inteligentes, como que fue construida en la época en que prevalecía ese estilo en la arquitectura española. Las casas son espaciosas, de piedra por lo general y de un solo piso, con ventanas balaustradas y grandes patios.

Mérida considerada como mercantil es sin duda muy inferior, habiendo decaído además el poco comercio que ha tenido, con motivo de las continuas y absurdas revoluciones que son ya el mal crónico del país.

La altura del termómetro de Fahrenheit, según las curiosas notas topográficas de D. José Martin y Espinosa, es de 74° a 90 °. La variación de la brújula 8° N.E. La longitud del péndulo que bate segundo de tiempo 42,743 pulgadas: horas del día máximo, 13 horas 17 minutos.

El memorable yucateco Dr. Eusebio Villamil que murió hace algunos años siendo Deán de la iglesia Catedral, llevo por mucho tiempo una tabla de observaciones seguidas por el mismo termómetro de Fahrenheit, observando en la sombra y al aire, a las seis de la mañana, al medio día y a las seis de la tarde. El ilustrado viajero Mr. Stephens, que estimo con veneración y respeto el mérito literario de nuestro compatriota el Sr. Villamil a quien da en la historia de sus viajes el título de estimabilísimo, dice haber debido a su bondad, una copia de esa tala, la cual publico integra en ingles en el apéndice de su obra.

El clima es por lo común sano, aunque siendo poca su elevación, y estando situada bajo la zona tórrida, el calor es a veces excesivo, aunque también a veces el frio es extremoso. En la estación de las lluvias, siendo el terreno igual y llano, no estando empedradas las calles y faltando además uno o dos conductores de desagüe, estancadas las aguas llovedizas en diferentes lugares, que suelen ser los más públicos, se evaporan en inficionados gases bajo los rayos abrasadores del sol, causándose con esto no pocos enfermedades.

Mérida en 1861.
Mérida en 1861.

Existen en Mérida varias escuelas de educación primaria, y hay para la secundaria el Seminario Conciliar, fundado por los Illmos. Señores Tejada y Padilla, y la Nacional y Pontificia Universidad, fundada por el Ilmo. Sr Esteves. Hay un hospital debido a la caridad cristiana de algunos vecinos, que obtenida del Papa Pio IV bula de su fundación con muchas y grandes indulgencias, lo construyeron con el título de San Juan de Dios. También hay una casa de beneficencia, grado recuerdo del señor Brunet que dejó una crecida suma para este objeto, y merced al filantrópico celo de la sociedad de Jesús María que es a quien se debe su permanencia.

El norte americano Mr. John L. Stephens, viajero ilustre que antes hemos citado ha dicho en la hermosa narración de sus viajes, que Mérida, como capital del poderoso Estado de Yucatán, ha gozado siempre de un alto grado de consideración en la confederación mexicana, y que en toda la Republica es afamada por sus sabios y hombres eminentes. Y para no carecer de testimonio europeo, César Cantú, nombre historiador de estos tiempos, hablando del Estado cuya capital nos ocupa, dice que marcha entre todos los demás Estados mexicanos, a la vanguardia de la civilización.

Concluiremos con decir que antes de la independencia, Mérida tuvo y usó en sus escrituras públicas, el titulo de muy noble y muy leal ciudad que el rey D. Felipe III la concedió por una real merced datada en Madrid a 13 de julio de 1618, y por otra merced concedida en San Lorenzo el Real a 18 de agosto de aquel mismo año, obtuvo el privilegio “de traer y poner en sus pendones escudo, sellos, banderas y estandartes, y en las otras partes y lugares que quisiere y por buen tuviere”, armas conocidas de nobleza, que consistían en un escudo con león rapante en campo verde, y un castillo torreado en campo azul; como podrá observar cualquier curioso, en las viejas  murallas de la fortaleza de San Benito, en la parte externa del lienzo orienta, esculpido en piedra calcárea, y apenas perceptible por la acción del tiempo en aquel abandonado lugar.

Mérida 10 de Agosto de 1861
Crescencio Carrillo y Ancona.
Repertorio Pintoresco.

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