Justo en el corazón de la ciudad de Mérida, en el espacio que ocupa hoy el ‘Ateneo Peninsular’ estuvo alguna vez el Palacio de Obispos que durante casi tres siglos fue casa del alto clero yucateco. La incautación que diera origen al ‘Ateneo Peninsular’ sigue siendo motivo de controversia, como toda la obra revolucionaria de Salvador Alvarado.
El siguiente reportaje pretende juzgar los hechos a través de varios puntos de vista. Las referencias bibliográficas vienen de la obra de los Historiadores Francisco Cantón Rosado y el los del Obispo Crescencio Carrillo y Ancona, así como referencias del Catálogo de Construcciones Religiosas de Yucatán, de la Dirección General de Bienes Nacionales hecho en 1943.
Los testimonios provienen del canónigo Macario Palma Cora –entrevistado en 1979 por el Diario de Yucatán- quien era seminarista en la época de la incautación, así como del arquitecto Aercel Espadas –a través de sus comentarios en la conferencia “El Ateneo Peninsular: Catedral de la Revolución Social” de Noviembre de 2015-, director fundador de la Facultad de Arquitectura quien conoció de cerca la obra de Salvador Alvarado pues estuvo en contacto con algunos de sus colaboradores.
La historia de este espacio inicia poco después de la fundación de Mérida en 1542 al fundarse en ese sitio una primera iglesia que funciono de Catedral, hasta que en 1562 se inició la obra de la Catedral de Mérida que conocemos actualmente.
El Comienzo.
La obra del Palacio Episcopal inició entre los años 1573 y 1579, Fray Diego de Landa –según señala en su libro “El Obispado de Yucatán” el Obispo Crescencio Carrillo y Ancona- “comenzó la fábrica del palacio episcopal, que ahora existe contiguo a la Catedral (Libro de 1895) y se terminó en la época del Obispo Fray Gonzalo de Salazar, entre 1608 y 1636.
El mismo historiador agrega: “La historia dice que cuando vino el Sr. Landa a tomar posesión de la Mitra paso a morar en las casas episcopales. El Cronista Lizama lo expresa por estas palabras: Le llevaron a sus casas episcopales con mucho regocijo.
En efecto –añade Carrillo y Ancona- si hubiese pasado a hospedarse en la casa de alguna persona particular, porque todavía no hubiese palacio episcopal, mayor motivo habría para que tal honra se conservase en la memoria, y muy explícitamente se habría consignado cual casa hubiera sido aquella y nombre de su poseedor.
“Ni puede tampoco decirse –agrega- que el cronista aludía al Convento de los franciscanos por ser también como una casa propia y adecuada del Religioso Obispo: porque en seguida dice el mismo cronista: luego que el santo Obispado descanso tres días, se fue al Convento de San Francisco y luego (concluida su visita se fue a su palacio, muy consolado de haber visto su casa y Convento.
“De modo –continua don Crescencio- que sabiéndose por una parte que el Sr. Landa fue quien emprendió la fábrica del Palacio Episcopal y asegurándose por otra que cuando llego a esta ciudad de Mérida fue a morar en la Obispalía, se confirma suficientemente lo que en la vida del Sr. Toral decíamos a saber: que cierta casa, de un solo piso que formaba una habitación accesoria a la pobre iglesia que de Catedral servía, fue el palacio de los primeros Obispos, en el propio local en el que se encuentra el que hoy (1895) existe en dos pisos y comenzado a fabricar por ilustrísimo Sr. Landa.
La culminación.
Más adelante en el capítulo dedicado a Fray Gonzalo de Salaza (1608 -1636). El Sr Carrillo y Ancona señala lo siguiente “Entre muchas otras empresas del ilustrísimo Sr Salazar dignas de memoria, se cuenta la de haber dado termino a la fábrica del palacio episcopal, emprendida y continuada por sus predecesores, no porque fuese una suntuosa obra de arquitectura, sino por la escasez de recursos y por qué de preferencia se atendía la obra más importante de la catedral.
Acabo el Palacio edificando la capilla correspondiente con dos rejas que comunicaban por el interior de la Catedral por la nave sur y habiéndola embellecido con láminas romanas, buenas esculturas, excelentes cuadros de pince, ornamentos y alhajas preciosas, la donó a los señores curas de la misma Catedral para que sirviera de Sagrario Parroquial como de hecho sirvió muchos años y ahora es conocida con los títulos de Nuestra Señora del Rosario y Señor San José.
El Seminario.
La otra parte del edificio que fue el Seminario Conciliar de Nuestra Señora del Rosario y Sal Ildefonso, comenzó a construirla en 1751 en la parte posterior del Palacio, donde había una hermosa huerta el Obispó Fray Franciscano de Buenaventura Martínez de Tejada. Actualmente en 1979, todavía puede admirarse la fachada de lo que fue el seminario sobre la calle 58.
En honor a la Virgen del Rosario, el Obispo Martínez de Tejada también erigió un altar en la Capilla Privada de su Palacio, situada en la planta alta de la pieza que fue demolida para hacer la entrada del Pasaje de la Revolución sobre la calle 58, según consta en el catálogo de construcciones religiosas de Yucatán que por otra parte, señala que el seminario comenzaba junto a la capilla del divino maestro y llegaba hasta la calle 63.
Fue –señala el libro- uno del primer centro de instrucción para la juventud de Yucatán, Campeche y Tabasco. Lo fundó, por decreto del rey Fernando VI, de fecha 24 de mayo de 1751, el Obispo Martínez de Tejada y la construcción del edificio se inició con una pensión del 3% sobre el producto neto de las rentas parroquiales. El sucesor del Obispo Tejada, Fray Ignacio de Padilla y Estada, concluyó la construcción que apenas dejo en sus cimientos el citado Obispo Tejada.
“El Obispo Padilla –sigue el libro-, quien falleció en Mérida el 20 de julio de 1760, pago la deuda de $18,000 que gravaba la obra y con $12,000 más la concluyó. Era de dos pisos con ventanas en el bajo y balcones en el alto, aposentados bien ventilados, claustros y galerías, capilla, aula general, sala rectoral, refectorio y cocina.
“El 21 de marzo de 1824 –agrega el catalogo-, el Augusto Congreso Constituyente decreto la erección en universidad de segunda y tercera enseñanza del Seminario de Mérida, el cual sufro varias transformaciones en su régimen interior entre ellas la apertura del llamado Colegio Católico de San Ildefonso, fundado por monseñor Norberto Castillo en 1867, en colaboración con el Obispo Crescencio Carrillo y Ancona.
El gobierno Federal ocupó posteriormente una parte del edificio del ex seminario instalando en ella las oficinas de Correos, Telégrafos, Administración del Timbre, Jefatura de Hacienda, Ministerio Público y otras más. El gobierno del Estado ocupó la otra parte de la Contaduría Mayor de Hacienda. Tribunales y Juzgados.
Después y en vista del estado ruinoso del edificio, las oficinas federales pasaron a un edifico construido exprofeso en la antigua ciudadela de San Benito, cedido por el Gobierno del Estado y autorizada la cesión por el Congreso del Estado el 9 de marzo de 1903.
“Varias alteraciones más sufrió el edificio, hasta que en la época de Alvarado no sólo sufrió alteraciones, sino que con la apertura en 1916 del llamado Pasaje de la Revolución, desapareció gran parte de él, indica el catalogo”.
“Con este destrozo –añade- desapareció, junto con otros departamentos, el que en la planta baja ocupaba la sacristía de la Catedral y en la Alta la capilla del Obispo, donde entonces estaban las oficinas de la Contaduría Mayor de Hacienda, así como también desaparecieron las escaleras que allí se encontraban.
Algunas personas, quizá basadas en esta afirmación, señalan que para abrir el pasaje de la Revolución en 1916 se destruyeron dos capillas: la dedicada a San José y la Virgen de Rosario y otra más dedicada a la Virgen del Rosario. Esta última es, al parecer la del palacio episcopal, que como se ha visto estaba al final del actual pasaje en la planta alta frente a la calle 58.
Continuará.