La Candelaria. El Lic. D. Manuel Núñez de Matos, maestre escuela que fue de la iglesia catedral, con las licencias necesarias fundo con sus bienes una ermita con el título de Nuestra Señora de Candelaria, y la dotó con mil y quinientos pesos, fundando en ella una capellanía de ciento y cincuenta pesos de renta, que se dan al capellán cada año.
No se fija la época en nuestra historia, pero esto sucedía a fines del siglo XVI y principios del siguiente, que fue cuando figuraba en el cabildo-catedral el Sr. Núñez de Matos. Mandó sepultar su cuerpo en la capilla, y así se cumplió.
La ermita del buen viaje. Esta iglesia no es menos antigua que otras de que ya hicimos referencia en la página 444 del tomo primero. Habla de ella nuestro historiador de la manera que lo hace casi siempre sin citar fechas ni extenderse en pormenores que son siempre curiosos e interesantes para todos los que desean instruirse hasta en las más pequeñas noticias de la historia de su país; de modo que tendremos que conformarnos con lo poco que él nos refiere.
Gaspar González de Ledesma fue su fundador, y se trasladó a vivir allí en traje de ermitaño. Entonces ese camino, aunque ya abierto y concurrido por ser la dirección para Campeche, no estaba tan poblado como hoy se le ve, de suerte que se podía asegurar que el penitente ermitaño pasaba su vida entre la soledad del campo.
No tiene nada de notable el tempo ni en cuanto a su construcción, ni a cuanto su riqueza: es una ermita pobre que afortunadamente ha llegado a nosotros, trayendo una fecha que excede de doscientos años.
Santa Lucía. Templo no más pequeño ni menos antiguo que la ermita de que acabamos de hablar, es, sin embargo, más grande en recuerdos. Fundada por suscripción de todos los vecinos de Mérida, se comenzó la obra venciendo paso a paso todas aquellas dificultades que se presentan siempre cuando ni el prestigio, ni los necesarios fondos, se ponen en movimiento para llevar al cabo una de esta clase. Y quizá esta no hubiera llegado a su término, si uno de los más notables vecinos de la ciudad no hubiese tomando tan gran parte.
El capitán Alonso Magaña Padilla que se hizo cargo del gobierno después de la repentina muerte de Francisco Núñez Melian; de aquel Núñez que familiarizándose con todos, y con muy buenas maneras, quería enriquecerse más que ninguno de los españoles, cortándoles a todos los recursos para engrandecer; de ese Núñez que en una hermosa tarde en la plaza mayor de Mérida haciendo ejercicio de artillería espantóse su caballo y murió en la carrera: sucesor, pues aunque internamente, el capitán Magaña, como hemos ya dicho, tomo gran empeño en que se concluyese la obra de la iglesia de Santa Lucía, ayudando con su dinero y su influjo.
Logrose ver terminado el trabajo, y cuantos para el habían contribuido fundaron una hermandad, que tenía por objeto asistir a los enfermos, y procurarles los consuelos de la religión y de la medicina.
En este pequeño templo se ha celebrado repetidas ocasiones el majestuoso oficio de difuntos, pues ha sido cementerio de la ciudad por muchos años. Aún viven muchas personas que han asistido a acompañar hasta el sepulcro a amigos o parientes que descansan allí para siempre.
Las impresiones que Santa Lucia inspira bajo este aspecto, las procuramos trazar en un artículo que publicamos en nuestro Museo. Entonces describiendo aquel lugar respetuoso por el objeto a que estaba destinado, dijimos que el cementerio principal es un cuadro hermoso decorado en sus paredes con mil emblemas y alegorías que el tiempo destructor ha ido lamiendo para hacerlos desaparecer. En la testera del frente hay un pequeño templete arruinado.
Las losas de los sepulcros removidas, las inscripciones borradas y los restos humanos dispersados. El cementerio de los párvulos es un pequeño cuadro, cerrado con una verja de madera, que antes estuvo decorada con festones y enredaderas. El panteón es otro cuadro regular, cuya puerta es un arco de piedra arruinado y destruido como todo el cementerio.
La iglesia no está arruinada pero tiene aspecto melancólico que inspira ideas lúgubres, como las que se recogen en todos los sitios que sirven de última morada a nuestros cuerpos; ideas que no parece sino que están identificadas con la triste imagen de la muerte. Registro Yucateco (1845)