La historia del Parque del Centenario inicia a principios de 1910 cuando inicio su construcción originalmente bajo la denominación de “Parque y jardín botánico” según el discurso leído el 1 de febrero de 1910 por el gobernador Enrique Muñoz Aristegui al tomar posesión del periodo constitucional (1910 – 1914)[1], esta obra formaba parte de las medidas de salubridad y saneamiento de la ciudad. Durante el porfiriato se pensaba que uno de los factores que contribuirían al desarrollo del país era el mejoramiento de áreas verdes, parques y jardines.[2] Contribuían a moralizar a las masas por medio de la educación, “los espacios tenían la misión de imprimir un sello urbano de limpieza, sanidad, recreación, moralidad, ornato y belleza”[3]
Para el Jardín Botánico se importaron 200 bancas y un kiosco.[4] A principios de septiembre de 1910 el Parque cambió de denominación a “Parque del Centenario”, para formar parte de las fiestas del inicio de la gesta de independencia.[5] El programa de las fiestas del centenario dispuso la inauguración para el 18 de septiembre de aquel año a las ocho y media de la mañana, acto verificado en presencia del gobernador delante de la fuente de mármol donada por la colonia cubana.[6]
Desde entonces es motivo de vivencias y memorias de los yucatecos. Les compartimos una evocadora crónica publicada en 1917 que a continuación reproducimos :
El Centenario
Mérida tiene en plena ciudad, en la hermosa avenida de la Paz, un rincón ameno, poético, con rusticidad que convidaa la bucólica, y cuadros de belleza plácida, que nos hacen olvidar a la ciudad, para gozar de la vida tranquila, dulce, encantadora del campo.
Es ese parque del Centenario, con su lago tranquilo, en cuyas aguas juguetean miles de peces de colores, en esas aguas que surcan los cisnes, semiocultas por gigantescos bambús, en los que han trazado nombres y fechas las parejas enamoradas que a la luz de la luna van a jurarse amor eterno paseando por las calles cubiertas de césped, o vagando como sombras bajo los árboles, mudos testigos de sus ensueños de amor… en ese parque hay una hora intensamente poética, sugestivamente bella: es la hora del crepúsculo, cuando los últimos rayos de sol del poniente se quiebran en las altas copas de los árboles y envuelven a la naturaleza en un manto carmesí.
Mil pajarillos con sus gorjeos que diríanse notas encantadoras de un pentagrama ideal, entonan un himno de agradecimiento, un canto de deliciosa armonía al padre sol, cuyos últimos destellos los acaricia, y que en aquel instante sublimemente bello, la naturaleza parece despertar del sueño de un día canicular y los mil misteriosos rumores de la selva diríanse que surgen de entre los bosquecillos del Parque, entre los cuales abren sus corolas lindas flores, y las palomas van agrupándose en torno de sus mechinales arrullándose a la manera de nocturnos enamorados.
Desde el rústico puente construido sobre el lago, nuestros ojos se extasían en la admiración de un cuadro encantador. Y sin embargo, ese Parque está casi desierto; la ciudad que bulle, que lleva a otros lugares a su juventud ávida de placeres ha olvidado el jardín semirústico, por cuyas avenidas apenas si pasean algunos poetas y algunos estudiantes, ese jardín visitado por los fuereños que van directamente a las jaulas en donde se encuentran los animales, para admirar el brillante plumaje del guacamayo, o extasiarse horas enteras ante la desesperante indiferencia conque el caimán contempla la presencia de los paseantes. Ante la jaula de los monos siempre encontraréis algún pequeño que espera el descuido de los vigilantes para molestar a los cuadrumanos, y ante la jaula del león veréis algún poblano que espera pacientemente a que el animal despierte. Los avestruces atraen siempre curiosos y las graciosas venaditas son el encanto de espíritus sencillos.
Cuando las sombras de la noche han envuelto al bosque en misterioso velo, cuando callan los pajarillos y todo es quietud y sosiego en el Parque, pulmón de la ciudad, sombras que diríanse evocadoras de las leyendas de Cupido, parece que vagan por las silenciosas avenidas y del fondo de los bosquecillos umbríos surgen suspiros de amor y juramentos pasionales.
Y de tiempo en tiempo, en uno de los bancos, casi siempre desocupados, vemos a un joven que a la luz de algún foco eléctrico, lee alguna poesía becqueriana.
Pensativo y triste, los ojos fijos en la tierra arrastrando el pesado fardo de incipiente pesares, un joven casi niño, cansado de una vida que no ha vivido, hastiado de placeres que no ha gozado, pasa como una sombra por las avenidas, indiferente a toda belleza, incapaz de comprender la sublime grandiosidad de lo creado. No preguntéis cuáles son sus pesares, no tratéis de investigar las causas de sus desengaños, fijaos solo que en sus manos lleva un libro de Vargas Vila.
Ese rincón poético del pueblo meridano, que se llama Parque del Centenario, cuya puerta monumental nos invita a pasear sus avenidas y sus bosquecillos, está injustamente olvidado, en estas mañanas de mayo, nada más hermoso, nada más atrayente que recorrer las calles de ese Parque, y admirar las bellezas de la naturaleza, en tanto que nos deleitamos con el concierto matinal de millares de pajarillos.
Hernán de Sanabria.
El Cinematógrafo (1917)
[1] Diario Oficial del Estado de Yucatán. Viernes 4 de febrero de 1910.
[2] Kuri Molina, M. E., Hinojosa Robles, E., & Reyes Magaña, D. (2012). La Alameda central de la ciudad de México durante el porfiriato. Lugares perdidos. Aprovechamiento, apropiación e interpretaciones. 4to Coloquio. Área de historia y diseño. (págs. 49 -63). Ciudad de México: UAM.
[3] O. Miranda, “La Modernización de los parques en la ciudad de Mérida, Yucatán (1870-1910)”, en
Letras Históricas, Año 2, No. 3, Otoño Invierno, 2010, pp. 191-209.
[4] Sierra Cetina, A. (1986). El Parque del Centenario. Mérida: Ayuntamiento de Mérida.
[5] Diario Oficial del Gobierno del Estado de Yucatán. 7 de septiembre de 1910.
Excelente, en verdad les mando mis más sinceras felicitaciones por este hermoso trabajo que hacen y que comparten con nosotros..