José Salomón Osorio (1940). Desde que comencé a tener uso de razón, hasta hoy que más o menos la conservo, todos mis recuerdos giran por este barrio que siempre ha merecido el tan prodigioso adjetivo de pintoresco.
Su nombre oficial es Suburbio Hidalgo; pero la gente sigue llamándole, como antaño barrio de Mejorada. Abarca un gran sector del norte de la ciudad que parte de las intersecciones de las calles 63 y 52 prologándose hasta más allá de la 39 y 42.
Como signos visibles de la época colonial luce dos vetustas arcadas conocidas con los nombres de Arco del Puente y Arco de Dragones, que antiguamente limitaban el perímetro de la ciudad por el oriente; un templo que la devoción de los franciscanos elevó, en remota época, a la divinidad y cuya fachadas es portentoso alarde de escultura religiosa en piedra; otro edificio aledaño que desgraciadamente interfiere la gallarda arquitectura del templo pues oculta uno de los basamentos en que descansa la torre del lado derecho, ha sido sucesivamente convento de la secta antedicha, cárcel de mujeres, hospital etc. Y hoy sirve de alojamiento a las familias de los soldados.
En uno de los ángulos de la calle 59, frente a la iglesia, esta el cuartel que sigue llamándose de Dragones, ahí se encuentran las tropas que guarecen la plaza. Este recinto militar que ocupa una manzana, tiene a cada lado de su entrada por la calle 59, una garita de pura piedra labrada que le da el aspecto de un antiguo baluarte. A espaldas del cuartel yerguense las negras chimeneas de la Planta Eléctrica. En el otro ángulo se abre el espacioso parque “Felipe Carrillo Puerto” que recuerda al gobernante yucateco iniciador de la era socialista del terruño. No muy lejos de ahí a tres cuadras apenas se halla la Estación Central de donde parten todos los trenes de la red ferroviaria. Su construcción se debe al general Salvador Alvarado que con ella instituyó nuestra unidad vial.
A muy corta distancia, la flamante planta de la Cordelería de “San Juan” une, con el de los ferrocarriles vecinos, su incesante estruendo. Casi ya en pleno campo y en una gran extensión de terreno, encuentránse enclavados los talleres de “la plancha”, centro de trabajo dependiente de la empresa ferrocarrilera. Por el mismo rumbo esta el antiguo centro cordelero “La Industrial” con viviendas para sus trabajadores; y más allá un resplandor de alas de aluminio señala el campo de aviación del “Fénix” cuyos aparatos comunican esta Capital con los pueblos que vegetan hundidos en la profundidad de la selva.
Nuestro camino de estudiantes tenía su primera etapa en la vieja Estación del suburbio que ahora gloso (desplazaba por el Parque “Carrillo Puerto”), en cuyos andenes siempre había ventecitas de frutos y golosinas que tentaban nuestra voracidad de niños. Era un gran armazón de madera y láminas de zinc que durante el día suscitaba gran movimiento de gente y de vehículos. Por la noches su mole imponente y obscura daba un cariz tétrico a las calles adyacentes que alentó, en no pocas ocasiones la audacia de los merodeadores.
Desde los albores del día 15 de septiembre (entonces las fiestas patrias comenzaban ese día por ser el onomástico del héroe de la carbonera) estallidos de cohetes y las marciales notas de una orquesta, atraían la curiosidad de la gente hacia la plazoleta que se encontraba engalanada con grandes palmas de coco de entre las cuales se escogían las mayores para formar una especie de arco de entrada. Multicolores gallardetes y banderitas colocadas en lo alto, se agitan al soplo de la brisa matinal, dejando oír -según mi impresión de niño -murmullo jubiloso. En el centro del espacioso terreno levantábanse “palos ensebados” que en la cima ofrecían codiciada variedad de vistosos premios. También se ponían “orcones”, sostén de “carrillo” y soga para el juego de la “sortija” o dzop sandía. Alguna vez el entusiasmo patriótico llegó a convertirla en circo de toros donde se dio una corrida espectacular.
Ahí en el “Mus” pronunciabanse los discursos alusivos, recitaban los niños de las escuelas y en coro popular cantábase el himno patrio. Por la noche colocábase un entarimado para la “vaquería” alumbrada con mecheros de gas peculiares de aquel tiempo.
El 4 de enero de 1915 ocurrió la sublevación del batallón “Cepeda Peraza” que tuvo sus repercusiones en el barrio. Los sublevados se parapetaron en las azoteas de la iglesia de la Mejorada y sostuvieron largo tiroteo con las fuerzas leales encerradas en el cuartel de Dragones. Estos hechos arrastraron tras si otros que concluyeron con la consagración de la nueva etapa social que ahora vivimos. (Shimbal, diciembre 1941)