La oligarquía yucateca de principios del siglo XX constituyó importantes imperios económicos que también se reflejaban en espacios residenciales donde operaba una u otra familia. La familia Casáres ocupaba la calle 61, antes segunda central poniente. Eulalio y Raquel Casáres vivían en el número 511, enfrente de ellos vivía su hermana Prudencia (1850 – 1912) en la casa que hoy se conoce como “La casa del Lagarto”. En la calle 63 con el número 475 vivían los hermanos, David y Arturo Casáres.[1]
Prudencia, casada con el español Eduardo Arana Mendiolea, instaló en esta residencia una casa de beneficencia privada, según lo refiere Gonzalo Cámara Zavala.[2] Este era un orfanato para niñas que era dirigido y sostenido por Prudencia y Gordiana Casáres de Peón donde se proporcionaba alimento y educación a las huérfanas. La propiedad probablemente fue modificada a su aspecto actual cuando paso a ser la residencia de Benita Arana Casares (1870 – 1940), hija de la anterior propietaria y quien se casó con Antonio Laviada con quien tuvo un hijo homónimo.
La casa destaca por contar con un jardín en semicírculo interior cosa peculiar en las manzanas más cercanas al centro de la ciudad, embellecen el patio las columnas corintias que sostienen el balcón. A finales de los años veinte y al menos hasta mediados de siglo, funciono como “Hotel Colonial”, sin embargo, la anécdota por la que se hizo conocida esta casa parece haber ocurrido en los años cuarenta cuando habitaba la familia de Antonio Laviada Arana y Fausta Arrigunaga Peón.
El escritor Pastor Escalante Marín perpetuó la historia escribiendo que los hijos de don Antonio y doña Fausta fueron “ocho personas y un cocodrilo.”[3] Este último se llamó Tutankamón hasta el día que puso un huevo y se le cambio el nombre por el de Nefertiti. El cocodrilo fue llevado a la casa por los hijos gemelos del matrimonio, los futuros doctores Eduardo y Francisco quienes en un viaje scout conocieron a un hombre dedicado a la captura y venta de cocodrilos que les regalo unos recién nacidos.
Solo uno de los animales sobrevivió pues fue alimentado “a la fuerza por Doña Fausta y sus hijos abriéndole la boca con un lápiz y echándole pedazos de carne como quien tira cartas a un buzón. Ya de más grandecito se comió unos gatitos, un loro que lo atacó y varias gallinas.”
El “lagarto” llegó a medir 2.50 metros y seguía fielmente a doña Fausta por toda la casa. Cuando los doctores Laviada abrieron su primer consultorio, lo ubicaron en su casa, aunque ello ocasionaba el grito de quienes esperaban consulta al ver bajar al réptil. Un día de mucha lluvia, el cocodrilo salió y obstruyó el tránsito por la calle 61 entre 62 y 64, la dueña tuvo que devolverla al hogar a escobazos. Decía el Doctor Antonio que era un caso único la domesticación de un animal como Nefertiti.
Finalmente, después de casi 40 años de habitar la casa de la 61, la fiera fue entregada a un circo donde se pensó que tendría una mejor vida. Sin embargo, murió al poco tiempo aparentemente de tristeza. La casa fue restaurada en 1984 según se puede leer en la placa de la fachada donde el INAH agradece al entonces propietario Emilio Lamk Abuxapqui haber realizado el mencionado trabajo. Desafortunadamente la parte poniente de la casa no corrió con la misma suerte, pues fue demolida para dar paso a un poco estético inmueble y estacionamiento que hasta hoy se titula “Edificio Lamk”.
REFERENCIAS
[1] Joseph, G., & Wells, A. (2011). Verano del descontento, épocas de trastorno: élites políticas e insurgencia rural en Yucatán, 1876-1915. Mérida, Yucatán: Ediciones de la Universidad Aut´noma de Yucatán. Págs. 234.
[2] Cámara Zavala, G. (1977). Catálogo Histórico de Mérida. Mérida: Area Maya.
[3] Escalante Marin, P. (1987). Amé… Viví: Sufrí. Ciudad de México: Offset Marvi
Muy interesante saber todo de esa época gracias por compartir