San Diego Azcorra era todavía a mediados del siglo pasado una de las fincas henequeneras que rodeaban Mérida junto con Petkanché, Pacabtún, Walis, Mulsay, Xoclán, Chenkú y Buenavista. Sus nombres aún resuenan en las colonias a las que dieron paso sus plantíos.[1]
En la memoria que Antonio García Rejón lee al Congreso del Estado en 1862, se menciona un sitio dentro de la demarcación de Mérida con el nombre de San Diego, apenas le habitan 2 varones indígenas.[2] El sitio se encuentra entre lo caminos a Timucuy y a Kanasín.
No hay memoria del nombre del dueño que le cedió su apellido, Azcorra. Pero debió ocurrir alrededor de los años 1860, misma época en la que fue adquirida por Manuel Cirerol y Canto, gobernador de Yucatán entre 1870 y 1872. Aunque lo que ha trascendido de este personaje sea el trabajo por el embellecimiento de parques y jardines de la ciudad, lo cierto es que fue más relevante el trabajo que realizó para consolidar las instituciones republicanas en el estado en el contexto de la efervescencia entre camarillas locales.
Logró convertirse en operador político y hombre de confianza de Juárez quien incluso le ofreció el ministerio de gobernación. En marzo de 1872 el coronel Francisco Cantón se sublevó contra Cirerol y la idea de sus adeptos de hacer retroactiva la reforma constitucional que extendía el mandato de dos a cuatro años. Esta sublevación y la muerte de Juárez en julio de 1872 le alejaron de la primera línea de la política del estado.
El explorador Desire Charnay, visito San Diego y lo que cautivo su atención fue el jardín de la finca: Los alrededores de Mérida se entremezclan con numerosas haciendas; entre estos, Ascorra (sic) es sin duda uno de los más pintorescos. Tres norias, o pozos profundos, dan abundante agua para las necesidades del hogar, el riego del jardín y la plantación. La casa, con su galería adornada con enredaderas, sus parterres, arbustos y palmeras, es un cuadro encantador de belleza y comodidad; Multitudes de patos, mandarinas, cisnes y flamencos pueblan los estanques, mientras los arroyos de agua refrescan el aire y aumentan el disfrute de este hermoso lugar.[3] En esa misma época, el predio fue sujeto de embargo por una deuda adquirida por su dueño, el Sr. Cirerol; un largo proceso judicial que terminó con el desembargo de la propiedad.
Los documentos mencionan indistintamente finca, quinta y hacienda al referirse a San Diego. En abril de 1898 el fuego iniciado en la Hacienda San Antonio propiedad de Demetrio Molina alcanzó a los plantíos de San Diego Azcorra donde el fuego se cortó, suficientemente a tiempo como para impedir llegase al polvorín de la ciudad donde existían “dos mil quintales de dinamita”.[4] El siguiente año, el fuego devoró mil ochocientas plantas de henequén de San Diego.[5] En 1906 el Lic. Cirerol vende la finca al estadounidense William James por una suma mayor a 200,000 pesos.[6] Florencio Díaz y Raimundo Cámara fueron sus siguientes dueños.[7]
Hacia 1912, los terrenos de la finca tenían una extensión de mil doscientas sesenta y cuatro hectáreas, ochenta y cuatro áreas y ochenta centiáreas.[8] Extensión que colindaba con el pueblo de Kanasín. Ese año la propiedad fue adquirida por la familia Canto. En 1921 eran 91 los habitantes de la finca.[9]
A partir de 1930 los terrenos se comenzaron a fraccionar. En 1933 se afectó a la propiedad para dotar de terrenos al ejido de Kanasín. Desde entonces, hasta 1985 la propiedad continúo fraccionándose dando paso a espacios habitacionales[10] Actualmente se mantiene en pie la casa principal de la propiedad con sus particulares arcos de herradura morisca que funciona como galería y agradable cafetería, abierta al público desde las cinco de la tarde. En un predio continuo se eleva sobre el horizonte la chimenea y sobre la Avenida Leandro Valle (Avenida 69, salida a Kanasín), el antiguo camino a Kanasín se observa la antigua entrada de la hacienda, perdida entre el asfalto de la ciudad.
REFERENCIAS
[1] Tommasi López, L. (1951). La ciudad de ayer, de hoy y de mañana. México: Editorial Cultura, T.G., S.A. 272
[2] G. Rejón, A. (1862). Documentos justificativos de la memoria que el C. Antonio G. Rejón presentó a la Legislatura de Yucatán. Mérida: Imprenta de José Dolores Espinosa. Núm. 3.
[3] Desire Charnay. The Ancient Cities of the New World. (1887.
[4] El Popular. 26 de abril de 1898.
[5] The Mexican Herald. 13 de junio de 1899.
[6] El Tiempo. 8 de junio de 1906.
[7] El Tiempo. 8 de septiembre de 1907.
[8] Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Yucatán. 8 de agosto de 1912.
[9] Censo General de Habitantes. 30 de noviembre de 1921. 126.
[10] Ayuntamiento de Mérida. (2000). Sitios patrimoniales, haciendas y quintas. Mérida: Ayuntamiento de Mérida.