Desde diciembre de 1875 habían brotado en el pueblo de Dzilam las primeras chispas de la revolución porfirista en Yucatán.
El primero de febrero de 1876, se pronunció en la villa cabecera de Temax el coronel don Teodosio Canto, al frente de un núcleo considerable de guardias nacionales, secundando el “Plan Regenerador de Tuxtepec” y pronto estallaron sucesivamente, rebeliones más o menos importantes en diversos puntos del Estado, contra el Gobierno del señor Lic. Don Sebastián Lerdo de Tejada, pero sin cohesión, sin unidad de acción, porque mientras en unas se enarbolaba la bandera porfirista, en otras se izaba la del señor Lic. Don José Maria Iglesias.
El señor General don Guillermo Palomino, jefe de las armas de acuerdo con el señor Gobernador Lic. Don Eligio Ancona, activa y tenazmente mandaba batir, siempre con buen éxito, a las partidas de revolucionarios, donde quiera que aparecían, y en julio, el Teniente Coronel don Ramón Reguera derrotó en Tunkás al Coronel Canto, que al mando de quinientos hombres, cálculo aproximado, se había fortificado en aquel pueblo.
El coronel Canto se dirigió entonces a Valladolid a conferenciar con el coronel don Francisco Cantón, cuyo prestigio político y militar en el oriente le era bien conocido.
El 10 de diciembre se levantaron simultáneamente en las villas de Tizimín y de Espita, respectivamente, los Coroneles don Santiago Pérez Virgilio y don Heliodoro Rosado y en los alrededores de la ciudad de Valladolid el Coronel Cantón, adhiriéndose al Plan de Tuxtepec, y en seguida las poblaciones de los dos primeros partidos secundaron el movimiento, sin que en ninguna de ellas se disparase un tiro, se vertiese una gota de sangre, ni se registrarse ninguna violencia, respetándose la vida y la libertad de los Jefes Políticos y demás autoridades.
La columna revolucionaria, reforzada con la guarnición de Izamal, continuó su avance sobre la Capital, a cuyas goteras llegó sin haber tropezado con el enemigo.
En Conkal, a diez y seis kilómetros de Mérida, punto en donde se incorporaron los Coroneles Canto y Rosado. Al emprenderse la salida, ordenó el coronel Cantón que cada soldado cargase con un saquillo lleno de tierra para improvisar trincheras, previendo que al llegar a la capital sería inmediatamente atacado sin darle tiempo de fortificarse.
Espiraba la tarde del 24 de diciembre, cuando los revolucionarios llegaron a la plaza del suburbio de Santa Ana, norte de la ciudad, y sin perdida de tiempo, se apresuraron a ocupar las alturas y posiciones estratégicas y a formar trincheras y parapetos con los saquillos traídos, con piedras, y en la desembocadura de las calles por donde necesariamente debían ser atacados, con pocas de henequén que casualmente encontraron a la mano, según unos y según otros, detenidas allí exprofeso por disposición de un hacendado simpatizador de la revolución propietario de ellas.
Las fuerzas sumarían alrededor de ochocientos hombres, deficientemente armados, una parte con viejos fusiles de percusión y con escopetas y los restantes con machetes.
Aún no terminaban las improvisadas obras de fortificación, de ocho a nueve de la noche, cuando se escuchó el estampido de un tiro de artillería, cuyo proyectil rebotó en la gran trinchera de pacas de henequén que cerraba la hoy calle 60, que de la plaza de Santa Ana conduce a la principal.
Momentos después, una columna de cuatro a quinientos hombres, tropa de línea, acaudillada por el intrépido teniente coronel don Ramón Reguera, quien venía a caballo por la mencionada calle, rompió sus fuegos sobre el campamento de los revolucionarios.
Estos rechazaron vigorosamente la agresión y contuvieron el empuje arrollador de la columna asaltante.
El coronel Cantón ordenó que el coronel don Juan Mendoza, al frente de una sección saliera a batir el flanco derecho del enemigo, comunicándole instrucciones reservadas.
-Señores, -dicen que exclamó el coronel Cantón, dirigiéndose a sus oficiales a romperse a los fuegos, -recuerden ustedes que estamos en Noche Buena y que nos espera una magnifica cena, después de la victoria.
Transcurrido el tiempo necesario y no oyendo el coronel Cantón, pendiente del movimiento ordenado al coronel Mendoza, señales de combate en el flanco o retaguardia del enemigo, corrió al sitio de donde debió partir y le encontró todavía sin cumplir la orden recibida. El coronel Cantón, le reprendió duramente, puso al frente de la sección al Capitán don Juan Méndez, de Cansahcab, y le lanzó sobre el flanco de la columna asaltante.
La lucha fue breve, pero encarnizada. Los proyectiles que de las trincheras y de las alturas llovían sobre las compactas filas del Teniente Coronel Reguera, que se batían a pecho descubierto, hicieron en ellas sensibles destrozos y aquel, herido ya su caballo, se vio precisado a emprender violenta retirada, abandonando a parte de sus muertos y heridos.
En aquellos momentos desembocó en la calle 60 la sección del Capitán Méndez cortó la columna y copó a una guerrilla de veinticinco o treinta federales, mandados por el Capitán Martínez, los que fueron conducidos prisioneros al campamento. Fue opinión general, que si en lugar de hacerlo a cien metros solamente de Santa Ana, hubiera desembocado más al Sur como se le ordenó, probablemente hubiese apresado al mismo Teniente Coronel Reguera y a la sección de artillería.
En el ardor de la victoria, los vencedores pidieron marchar en seguida a tomar las posiciones gobiernistas aprovechando el desconcierto de los vencidos; pero el coronel Cantón previendo saqueos, violencias y desordenes difíciles de evitar en un asalto, y en ahorro de más efusión innecesaria de sangre, se negó enérgicamente a complacerlos.
Comentándose aquel hecho de armas, se rumoró entonces que el General Palomino se oponía al ataque a Santa Ana en vista de las noticias que llegaban del triunfo de la Revolución y considerando inútil mas derramamiento de sangre, obstinándose el Teniente Coronel Reguera en verificarlo; pero que enterado el primero del encarnizamiento del combate y de las perdidas sufridas, mandó orden de retirada, orden que el Teniente Coronel Reguera obedeció con viva contrariedad, desarrollándose luego entre ambos Jefes, con tal motivo una escena violenta y desagradable.
Lamentables fueron las perdidas sufridas por ambas partes contendientes, siendo, naturalmente menores las de los revolucionarios, defendidos por sus parapetos, contándose entre estás, la muerte del valiente joven don Joaquín Acereto, quien en lo más recio del combate, por tercera vez saltó temerariamente sobre la trinchera, desde la que hacía fuego y de donde dos veces había sido bajado por el coronel Cantón, cayendo al fin mortalmente herido.
Se refirió en aquellos días, que aludiendo el teniente coronel Reguera al coronel Cantón y a los deficientes elementos con que marchaba sobre Mérida, dijo en un circulo de amigos, sonriendo desdeñosamente:
-Le conoceré por la espada. Tal incidente, si en efecto ocurrió, debió aumentar la mortificación que por su derrota sufrió el valiente militar.
Levantando el campo y dictadas las precauciones conducentes a evitar una sorpresa, al mediar la noche, los coroneles Cantón, Canto, Rosado y Erosa y los principales oficiales, cenaban alegremente, celebrando la Noche Buena y el triunfo obtenido y brindándose por el señor General don Porfirio Díaz, y por el Plan de Tuxtepec, reformado en Palo Blanco.
Al día siguiente, fue destacado el coronel Rosado, al frente de cien hombres, para ocupar Progreso, el principal puerto y llave del Estado.
Al llegar a su destino, le enteraron que al saberse el desastre de Santa Ana, acababan de reembarcarse quinientos rifles con su dotación de tiros, recientemente traídos a consignación del Gobierno, con el propósito de desembarcar en otro punto.
El coronel Rosado mandó inmediatamente embarcaciones armadas en su persecución, lográndose la captura de los rifles y cartuchos que, conducidos en seguida al campamento de Santa Ana, sirvieron para armar ya convenientemente a las tropas tuxtepecanas.
Sabiéndose ya el triunfo definitivo de la Revolución y la ocupación de la capital de la república por el General don Porfirio Díaz, se acordó suspender las hostilidades.
Pocos días después desembarco en Progreso el coronel don Protasio Guerra, enviado por la revolución triunfante para restablecer la paz y organizar la nueva administración en Yucatán, y el coronel Cantón, por medio del Coronel Rosado, le envió la más cordial bienvenida y se puso a sus órdenes.
Aquella revolución, coronada por un éxito feliz a los catorce días de iniciada, ha sido acaso la más breve y la que menos vidas y daño ha costado al país, entre la muchas que registran los anales de Yucatán en su largo índice, pues no se libró en ella más combate que el de Santa Ana. Felipe Pérez Alcalá
25 de diciembre de 1912.