Renan Irigoyen
Delicada y llena de dificultades, necesaria de sumo tacto diplomático hace, poco más de un siglo de distancia, la Misión encomendada a don Andrés Quintana Roo en 1841. Enviado por Antonio López de Santa Anna, debía hacerse A Yucatán a tratar de uncir la provincia al carril de la suntuosa política impuesta por el más famoso invalido a todas las entidades de la nación mexicana.
Salido Quintana Roo de su tierra natal desde 1808, treinta y tres años de ausencia habían motivado su espíritu y su mentalidad de acuerdo con el ambiente capitalino. Caso parecido en este aspecto al de don Lorenzo de Zavala, insigne y talentoso político, que había fracasado en una misión semejante en 1829, después de muchos años de ausencia del nativo solar.
Un movimiento de carácter federalista -pero en el fondo de serias y justas razones económicas- iniciado en el oriente de Yucatán dos años atrás había acaparado el poder público. Exaltándose los sentimientos regionalistas extraordinariamente arraigado entonces por el aislamiento geográfico, por una facción del gobierno local y se pretendió separar aquella entidad del resto de la Patria. La comisión de Quintana Roo era tratar, como Enviado Especial, la reincorporación de el Estado. Recibió su credencial que lo acreditaba como tal comisionado con fecha de 4 de noviembre de 1841. Un intimo de Santa Anna, Miguel Arroyo, lo acompaño como secretario, Seguramente para que diera sus observaciones personales al Caudillo.
Las dificultades comenzaron después de la salida de México. En su marcha marítima de Veracruz a Campeche se temió que los buques texanos en franca rebeldía con su patria de origen, lo aprehendieran enterados de la comisión que llevaba.
Llegaron a Campeche el 23 del mismo mes, encontrando algunos obstáculos para el desembarco porque el comandante del puerto quería impedirlo. Tuvo que volcarse en persuasivas razones y elocuentes argumentos la habilidad diplomática de don Andrés para que se le permitiera bajar a tierra e iniciar su comisión. Dícese que se granjeó simpatías inmediatas entre los campechanos -todavía pertenecientes al estado yucateco- y tratado muy cordialmente.
De allí salió para la capital yucateca en larga cansada travesía por los pétreos y erizados caminos a bordo de incomodo carro de caballos.
La situación yucateca.
Existían en Yucatán en aquellos días críticos tres grupos de tendencias políticas muy desafiantes y antagónicos. El más exaltado, encabezado por Miguel Barbachano, trataba de separar definitivamente la provincia de la nación mexicana, sin ceder un ápice en sus pretensiones. Otro más mesurado, dirigido por don Santiago Méndez, estaba por la unión a México, con la condición de que se respetarán los intereses económicos del Estado, y sus derechos de autonomía en su régimen interior. El ultimo, adicto al centralismo, pugnaba porque Yucatán formase parte de la nación mexicana incondicionalmente, para cooperar a la solución de cualquier conflicto internacional.
Al cundir la noticia del desembarque de Quintana Roo en Campeche, tratóse de forzar la situación tirante de por sí. Algunos intentaron una asonada, organizando un motín en Mérida que fracasó gracias a la energía del Gobernador don Santiago Méndez quien reprimió oportunamente el complot. Al día siguiente de este suceso llegó a la capital yucateca don Andrés Quintana Roo.
Como comisionados para tratar con los de México, el Congreso yucateco designó a don Miguel Barbachano, don Justo Sierra O´Reilly y don Juan de Dios Cosgaya, representantes de las tres facciones que hemos descrito.
Las conferencias.
En la noche del 17 de diciembre comenzaron las pláticas de la Comisión “con un largo y bien pensado discurso de Quintana Roo, el cual fue atenta y respetuosamente escuchado, tanto por el fondo del pensamiento cuanto, por la belleza de la forma, sabido como es el habito nunca quebrantado de tan ilustre literato de sujetar todas sus producciones a la más exquisita corrección clásica”
Hizo ver Quintana Roo a los que representaban al gobierno local, la urgente y patriótica necesidad de que conservase Yucatán los vínculos que lo ligaban al resto de la república. Enumero todos los inconvenientes diversos que forzosamente tendrían que presentarse al consumarse la separación pretendida y habló de la buena voluntad del Gobierno Nacional para que mediasen arreglos justos hasta tanto se efectuara la reunión del congreso federal.
Toda la atildada perorata del señor Quintana Roo fue escuchada con interese sin interrupción hasta que planteó la necesidad de que se aceptase un comandante general para defender al país en el caso de que lo invadiesen fuerzas extranjeras y para sostener al régimen contra los trastornadores del orden público. Tal resistencia se le hizo que por un momento se pensó en la imposibilidad de algún arreglo. Sigamos sus impresiones con sus propias palabras “Aquí fue donde mis esfuerzos redoblados encontraron la mas obstinada resistencia por parte de los comisionados de aquel gobierno, quienes, sin negar la insuficiencia de sus medios, declararon abiertamente que estaban resueltos a todo, antes que a consentir en lo que ellos llamaban el yugo de la comandancia militar”
Terminó así la primera conferencia, sin ningún arreglo. Quintana combatió enérgicamente las recientes relaciones de amistad que el Estado acababa de celebrar en Texas. He aquí sus conceptos tomados del protocolo de la reunión. Que respecto a los auxilios de Texas y toda la relación con aquel país, México no podía menos, sino considerarla como un insulto contra el cual desde luego protestaba. Que las dimensiones y desavenencias domesticas entre hermanos eran disimulables; pero que la liga con unos colonos traidores, ingratos y enemigos de la república se miraría siempre como un crimen imperdonable”.
A los argumentos anteriores se respondió que Yucatán no había hecho más que lo que el derecho natural exige para la propia defensa de los individuos y los pueblos, supuesto que desde que el supremo Gobierno supo que reclamaba sus derechos, había mandado hacer serios preparativos para hostilizarse, cortando de antemano sus relaciones y comunicación con él, y cerrándole los puertos a su navegación y a su comercio; que ¿qué pueblo, que nación de la tierra no hubiera hecho lo mismo en tales casos? Qué Yucatán no se había levantado para romper de unos todos los lazos de la unión y que no reclamaba nada nuevo, sino lo pactado con el por medio de sus diputados al congreso federal de 1823 y que no era justo, por último, que después de haber manifestado sus deseos de pertenecer a la gran familia mexicana, esta lo rechazase de su seno por aquellos medios indirectos.
Los tratados.
Los tratados aprobados por la gran comisión de los días 28 y 29 de diciembre de 1841 constaron de catorce capítulos reducidos a que Yucatán conservase sus leyes particulares, su arancel de aduana y la libre introducción; exceptuando aquellos que gozasen de privilegios, en cuyo caso quedaban obligados sus dueños a venderlos al gobierno, o a los agentes de la empresa; o a los agentes de la empresa; que cesasen las levas y sorteos para el servicio del ejercito y marina; que se redujese el contingente del estado para el ejercito a un batallón ligero fijo, compuesto con naturales de la región; que el gobernador fuera el jefe superior de dicha fuerza, con sujeción al Supremo Gobierno en lo relativo al ramo; que el Estado se obligaba a sostener de su peculio los buques necesarios para perseguir el contrabando en sus costas; y por último que se eligiese a dos personas para la Junta Provisional de Gobierno establecido en México.
Narran los cronistas que gran jubilo reino por la ciudad después de firmados y publicados los tratados. Fueron designados como miembros de la Junta Provisional aludida don Manuel Crescencio Rejón (el padre del Amparo en México) y don José Castro Fernández.
Pérfida de Santa Ana.
La ilusión duró poco tiempo porque Santa Anna no aprobó los tratados, poniendo condiciones inaceptables para los peninsulares.
Santa Anna procedió de ese modo a sabiendas de las condiciones muy especiales de la península yucateca, de las cuales era profundo conocedor ya que había sido Gobernador de aquella entidad en 1824, cuando se promulgase la primera constitución local.
El mismo Santa Anna, precisamente había enviado un oficio ese mismo año al primer secretario del Estado en el que expresaba sus deseos de una mayor comunicación del Gobierno Nacional: Yucatán es un territorio muy extenso; sus costas se dilatan demasiado, tiene muchos puertos que guardar; su población no es competente y por lo mismo merece en todos los conceptos y circunstancias la más seria atención del Gobierno Federal, porque su conservación interesa a todos los Estados de nuestra unión. Yucatán no hallándose al nivel de los otros estados por su localidad y por su pobreza, siendo el asunto político más importante a nuestra seguridad presente y futura, se debe ser en el día más meritorio de las mayores exenciones y privilegios. Antes por el Gobierno español tenía señalado un situado competente, y cuando no se le pudo enviar, es notorio que se le concedió el comercio libre para la subrogación de aquellos fondos que le faltaron a pesar de ser tan prohibido repuntándose por lo tanto su concesión como un privilegio y graciosa exención. De suerte que ahora con la publicación de la guerra (habla de la guerra de España) se le estanca el comercio y de otro lado no se socorre, es destruirlos por consonancia no será extrañado en la situación que observe las cosas y ya indico, que Yucatán, miserable , y viéndose desatendido, trate de segregarse de la Federación constituyéndose en Estado separado por si mismo, o arrojarse en el seno de otra Nación que lo proteja y considere. A esto se agrega que las cajas de México, según se me ha instruido, son deudoras a éstas de ciento ochenta mil pesos como capital de los bienes de comunidades de indios, cuya cantidad con réditos de más de veinte y cinco años viene a ser la deuda de cuatrocientos mil pesos. Bajo esta inteligencia nada perdería el Soberano Congreso con decretar alguna exención en Favor de Yucatán.
Así fue como Quintana Roo cumplió patrióticamente su comisión, que si no tuvo éxito que mereciera por la intolerancia de López de Santa Anna, puso a prueba su corazón abierto a todas las razones justas, y de manifiesto su adelantado concepto de nacionalidad y de buen mexicano.
Mérida, Yucatán, 10 de abril de 1951
Diario del Sureste