Las esquinas de Mérida fueron bautizadas por los vecinos de acuerdo a las historias que en ellas se desarrollaron, o por alguna característica que les hiciese identificable con el fin de poder usarlos de referencia para orientarse por la ciudad. La esquina del «Candado» (60 x 65) recibía ese nombre por que ahí estuvo la célebre ferretería de ese nombre; «La Palma» es como se referían a la esquina de la la 56 x 55.
La esquina que hoy nos compete es el cruce de la calle 61 por 74 en el barrio de Santiago, aquella ha sido bautizada como la esquina del «Toro agachado», nombre que quizá ha despertado su curiosidad por lo peculiar del nombre y de la imagen que fue colocada en los ochenta para conservar la memoria del apelativo de la esquina. Don Felipe Escalante Ruz escribió en su novela La Tragedia de Isabel la siguiente historia sobre esta esquina:
«En la calle 61 por 74, la esquina fue distinguida con una frase original y rara: El toro agachado, lo cual, según los vecinos del rumbo se debió a que había un solar; a menos de media cuadra, llamado entonces xtocoy-solar, donde junto a la albarrada se agachaba un sujeto apodado «El Toro», a espiar la salida hacia el patio de su novia y tenerla cabe o cerca de si, con las reservas del caso, pues los padres de la nilña rechazaban al cornúpeta como futuro yerno. De allí el nombre tan especial al lugar, de esquina de «El toro agachado». Y así poro todos los rumbos de la ciudad de los Montejo».
Como sucede con muchas de las leyendas de las esquinas de la ciudad, esta esquina tiene otra versión la cual recogió don Felipe Escalante Ceballos en su libro «Alegría y Nostalgia: Semblanza de mi barrio»; libro del que realizamos una reseña la semana pasada. Don Pilo describe:
«Según la tradición oral, hacia la primera mitad del siglo XIX gobernaba en este península el general Francisco de Paula Toro, quien había recibido su desiginación nada menos que del presidente de la república Antonio López de Santa Anna, que más tarde usufructuó el título de Su Alteza Serenísima. El nombramiento del gobernador no se debió a los desconocidos méritos del general Toro, sino a la circunstancia de ser ese militar cuñado del déspota. Y Su Alteza, en el colmo de su megalomanía, nos envió al «orgullo de su nepotismo» -como alguna vez dijera otro ex presidente de ingratos recuerdos-, a mangonear estas tierras
Pues bien , un día en que el general Toro transitaba en calesa por las calles de la ciudad, que no estaban pavimentadas, al llegar al rumbo de Santiago, en la hoy confluencia de las calles 61 y 74, tuvo urgente necesidad de descargar su vientre y pidió al auriga que detuviera el cabllo. Realizada la maniobra el gobernador descendió con agilidad del vehículo y rápidamente se interno entre los árboles y matorrales de un solar cercano para satisfacer la apremiante necesidad fisiológica.
Mi tía Tulita no me dijo si en el sitio había alguien más que advirtiera el hecho y luego lo difundiera o si fue el cochero el que comunicó el suceso entre sus amistades. Como sea, desde esa época el chisme ya era característico del barrio. Pero lo cierto es que a partir de ese día, los vecinos del rumbo empezaron a señalar el lugar, diciendo: «Aquí se agacho general el Toro» y, más adelante, «aquí se agacho el toro». Por ello, con el tiempo la esquina fue conocida como El Toro Agachado, nombre que todavía conserva».
Esta es una de las tantas historias que se esconden en las esquinas de Mérida.
Muy interesantes historias de la ciudad blanca