Leyenda del siglo XVII: Una tenebrosa aventura en la Catedral de Mérida

Abelardo Barrera Osorio (1961) El 14 de agosto de 1660 tomó posesión del gobierno de la provincia el Maestre de Campo don José Campero, Caballero del Orden de Santiago, título éste de gran honor que Felipe IV le había otorgado en mérito a su valor y a su entrega en su larga carrera de soldado. Dícese que don José Campero era creyente en extremo y los historiadores también aseguran que este defecto o cualidad (según el ángulo desde que se mire) fue hábilmente aprovechado por muchos, en no pocas ocasiones.

Los únicos acontecimientos memorables en la breve etapa de su gobierno fueron, el amago constante de los piratas sobre las costas peninsulares, lo que dio lugar a que como Capitán General dispusiese que no se despachara ninguna nave sin llevar los elementos necesarios para su defensa… Y el nacimiento de un hijo de Felipe IV y su consorte doña Isabel de Borbón, traduciéndose la real alegría en la peregrina orden que si dictó de libertar a todos los presos «siempre que no hubiera parte que pidiera contra ellos».

Aparte de estos sucesos, que de haber habido periódicos diarios, hubiese reducido a los reporteros de sociales a la mendicidad, la vida del Maestre de Campo se deslizaba apaciblemente, entre el cumplimiento de sus deberes espirituales y materiales. Pero una mañana, al sentarse a la mesa a tomar sus alimentos, encontró entre la servilleta que envolvía las tortillasde maíz blanzas, olorosas y calientes, un papelito que en letras molde rezaba así:

«A las doce de la noche en la Catedral te espero»

Grandemente se sorprendió don José del recado, porque entonces no había ninguna imprenta en Mérida, mas sin darle ninguna importancia al asunto, rompió el anónimo y con excelente humor y buen apetito almorzó tranquilamente, para saborear después en el lecho las dulzuras de una siesta invernal.

En la tarde, a la hora de la comida, nuevamente saltó del pan el misterioso recado, la cita apremiante que parecía ultraterrena, ya que interrogados uno por uno todos los servidores sobre la procedencia del fantasmal escrito, todos mostraron el mismo asombro que el Sr. Gobernador, quien visiblemente alarmado perdió el buen humor, el apetito y la calma, y que violentamente salió de su palacio para dirigirse al episcopal, a consultar tan grave asunto con el obispo Fr. Luis de Cifuentes y Sotomayor, de cuyas virtudes han hecho grandes elogios sus biógrafos.

Inmediatamente se reunipo un pleno de jesuitas y franciscanos a quienes se impuso de la alucinante cita recibida por el Maestre de Campo, y después de que la asamblea deliberó, acordaron los frailes por votación «némine discrepante», que el Sr. Campero acudiese a la cita, previa confesión general, y portando los escapularios que le entregaron.

Don José obedeció el laudo y al filo de la media noche salió de su palacio, seguido únicamente de un fiel ayudante suyo que no quiso abandonarlo en tan descomunal y nunca vista aventura.

Había dispuesto el obispo que la catedral estuviese iluminada interiormente; que a la dicha media noche, en todos los conventos se orase fervorosamente porque todo aquel suceso desenlazara para la mayor gloria de Dios, y que previnieronal Capitán General que, si las puertas de la catedral permanecían cerradas, diese por terminada la cita y regresara tranquilo a su domicilio.

Al llegar al atrio, abrióse en la puerta del perdón un postiguillo y una mano espectral asomada por el, le hizo al Maestre señal de que penetrase al sacro recinto. Ya he cho que él era un valeroso soldado, y así es, que sin vacilaciones, con ánimo esforzado, continuó su marcha; abriéronse de par een par las puertas, sin que mano alguna (dicen) las tocase, y nuestro hombre traspuso los umbrales de la desierta catedral.

El ayudante que no habíale desamparado, aunque sin tenerlas toda consigo, intentó proseguir el camino, pero las piernas se le anquilosaron y cuan largo era, cayó en el atrio con fuerte colapso nervioso.

¿Que ocurrió en el interior de la catedral?

Nunca nadie lo ha sabido a ciencia cierta. Solo ha podido comprobarse, que la misteriosa entrevista duró media hora y «lo único que se vió fue que la silla capitular en que se sentó el Sr. Gobernador, forrada de terciopelo, habiéndole pasado el sudor, camisa, armador, armilla de la casaca y capa de grana, le quedó el pelo tan inservible que se apelmasó»: Dice don Eligio Ancona que el Maestre de Campo, al salir de la entrevista cayó gravemente enfermo, y que falleció el 29 de diciembre de 1662, cinco días después del suceso.

Yo creo que hay error en este dato, porque entonces resultaría, que la temerosa aventura que dio al traste con la vida del Maestre de Campo, se habría desarrollado el 24 de diciembre, esto es, para la Noche Buena, lo cual es inconcebible por ser de gran fiesta, celebrándose la misa de Gallo a la media noche. Probablemente el drama se desarrolló en la noche del 26 y el Sr. Campero murió de pulmonía, ya que después de sudar tan copiosamente como se cuenta, no auguró más que un trágico enfriamiento.

Antes de morir realizó varias piadosas obras por propia mano y únicamente habló en su lecho de muerte con el obispo en secreto confesional. El Sr. Cifuentes y los jesuitas fueron acosados más tarde de haber urdido un complot contra el Sr. Campero de Torre de villa explotando su extrema credulidad que aceptó iba a dialogar con un alma en pena que por medios ultra secretos envió una cita con caracteres impresos.

Respecto a este prodigio, en los manuscritos inéditos atribuidos al P. José Nicolás de Lara, publicados en el tomo II del «Museo Yucateco», se asienta que el propósito de la compañía de Jesús en el colegio de San Javier construyó con gran sigilo una pequeña imprenta, y que de ésta salieron los misteriosos papelitos que luego aparecieron como arte de birlibirloque entre las blancas tortillas que iba a consumir el Maestre Campero.

Refieren también las crónicas de la época, que al salir de la catedral el dicho Sr. Campero, llevaba en la mano un pliego que le entregó personalmente al prelado y que por este desconocido escrito se cobró en la ciudad de México la no despreciable suma de trescientos mil pesos.

Bibliografía.

Ancona, Eligio, Historia de Yucatán. Tomo III

Manuscritos Inéditos, Museo Yucateco.

A las doce en la Catedral

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