Esta historia que relaciona la muerte de Lucas de Gálvez con un lío de faldas, popularizada en redes sociales, carece de toda fundamentación documental y fue escrita durante el siglo XX. Se recoge para redirigir a esta nota que da contexto de los probables motivos para terminar con la vida del primer intendente de Yucatán.
Versión de Renán Irigoyen. Todo el mundo mención el cruzamiento de la calle 60 con la 67 con la denominación de “El Degollado”. En los primeros años de la última década del siglo XVIII, existía una peluquería. Los barberos de aquella época no se limitaban a las funciones del arreglo capilar, sino que eran solicitados como auxiliares médicos. El protagonista de aquel establecimiento era el criollo Lucas Pinzón.
Lucas tenía una preciosa noviecita de 17 años, que moraba en una casita de tejas cuyo frente principal daba a la calle del Matadero Viejo (66) y el costado de la esquina llama entonces “Santa Catalina” (65). El galán acostumbraba a silbar a su bella dama. La muchacha se llamaba Hipólita y sus cercanos le llamaban Lita, aunque ello hiciera enojar al novio.
Gobernaba la Provincia el Capitán General Lucas de Galvéz, uno de los pocos mandatarios que realizó recordables obras en su efímera representación de Carlos IV en Yucatán. Joven y apuesto, si grande era su amor al prójimo, se decía que era mayor el afecto a la prójima.
Por esas fechas hubo solemne función religiosa en la iglesia de Monjas, y accedente a insistentes invitaciones de las Concepcionistas, ocupaba el sitial de honor el Gobernador y Capitán General. En una de las ocasiones de ritual de la misa en la que todos los asistentes se ponían de pie, la madre de Lita captó las encendidas miradas que de Gálvez dirigía a su hermosa hija. Todavía fue más lejos cuando tomando el agua bendita con tres dedos los posó sobre los blondos caireles de Lita.
Después de escuchar la última campana de las vísperas horas canónicas, 6 de la tarde, Pinzón se emperifolló con sus mejores galas y fue a proveerse de su regalo habitual de alfajores en una panadería cercana y emprendió el recorrido de costumbre.
Ya estaba por retirarse cuando asomó la viuda progenitora de su amor a quien le pareció encontrar enojada. Pese a la actitud hostil, le preguntó por la novia, informándole que padecía dolor de cabeza y no podía salir.
El afligido decidió dar una vuelta a la plaza principal antes de recogerse. Pero cuando pasaba frente al Mirador de Monjas vio el carruaje de su tocayo de Gálvez, sabiendo ya la escena de la iglesia, y maliciando le siguió a todo su caminar hasta verlo detenerse en la puerta de la casa de su adorada.
Bajó el cochero y a poco el mismísimo Gobernador. El barbero trató de penetrar antes y con tronante voz alguien grito “Ah del Villano”, simultáneamente seguido de un trancazo en la preocupada cabeza del novio, que inconsciente fue conducido preso a la cárcel junto a las Casas Reales.
Cuentan que la visita de su señoría se prolongó hasta el segundo canto del sereno. Por la mañana compareció Lucas Pinzón ante el alto funcionario y después de escuchar sus razones este le dijo “Idos hoy en paz y volved mañana a esta misma hora y creo que de no ser el más solemne mentecato, habréis pensado como conviene”.
Todavía con fe en la dueña de sus tristezas y alegrías volvió a la residencia de Lita, oyéndola cantar. Llamó discretamente. Abrió ella la puerta y al verlo gritó hacia el interior –“Mamá, aquí vino el barbero, es mejor que Ud. Le diga lo que tratamos, voy a peinarme. Recuerde que tenemos visita a la noche”.
El entristecido peluquero no espero más. No fue a su taller sino a la contra esquina donde funcionaba una taberna. Consumió medio azumbre de caña, pidió luego otro que llevó a su barbería. Escribió cartas, recados, formó paquetes y mientras consumía el licor asentaba en un cuero de venado su más filosa navaja.
Amaneciendo llamó un cliente, luego otro y más tarde un emisario de Palacio. Como nadie abría, llegó después un carruaje con dos corchetes, el juez y el escribano. Forzada la cerradura encontraron sobre un asiento con media cabeza adherida al cuello del infeliz Lucas.
Desde entonces fue llamada esa esquina de “El Degollado” y la casa de Lita “La Veleta” por su facilidad de cambiar al impulso del viento más fuerte.