“¡Vamos a la placita!” era una expresión que los meridanos usaban cuando requerían acudir al que fuel primer mercado de la ciudad que existió en lo que hoy es el cruce de la calle 65 y 60.
Dicen los cronistas que se estableció ahí en los primeros años de la ciudad, ocupando un cuarto de aquella manzana y que en un principio fue al aire libre. En el siglo XVIII se construyeron portales que miraban había el norte y poniente. [1][2]
Un visitante centroamericano describió la plaza del Mercado alrededor de 1800 “es abundante: una persona sola puede en ella almorzar, comer y cenar con medio real reducido á cacaos, que es la moneda que allí corre.”[3] Este último medio de intercambio se mantuvo hasta 1842 cuando a propuesta de Juan Miguel Castro por lo molesto que resultaba controlar dicha moneda.[4]
En 1861 se construyeron edificios sobre la calle 60 y 65 cerrando con ello la vista a los portales. En 1874 la Revista de Mérida describió el Mercado:
“Este Mercado, en donde se abastecen los cuarenta o cincuenta mil habitantes de Mérida, de carnes y verduras es un espacio a lo sumo de cuarenta caras en cuadro, que tiene portales por dos de sus lados y piezas por los otros, ocupadas por comerciantes.
Como se ve, es un lugar muy reducido para el número de gentes que a el concurren, lo que hace molestísimo el penetrar allí y casi imposible andar diez pasos sin sufrir u ocasionar alguna desgracia.
Las vendedoras se ponen en hileras compactas, sentadas en banquillos, teniendo delante los objetos de su comercio. El espacio que media entre una dila de puestos y otra, es tan estrecho que difícilmente pueden pasar dos personas por el.
Antes era más ancho, pero a medida que se ha ido aumentando la población ha crecido el número de las vendedoras y se han ido angostando proporcionalmente las calles, de modo que, cuando haya más necesidad de paso por haber más gente, no quedará donde poner un pie.
La ciudad necesita ya de otro lugar destinado al mismo objeto, pues los que viven en San Sebastián o San Cristóbal, por ejemplo, se pasan medio día en ir al mercado por la distancia[5].” El mismo medio publico una nueva descripción del mercado apuntando lo siguiente:
Al tratar del mercado de Mérida, nos referimos particularmente al sitio que se llama “Plazuela de verduras” en que además de estás, se provee de carnes la población de la capital y aún la de sus alrededores: lugar muy concurrido diariamente, sobre todo, los domingos, en cuyos días de fiesta y descanso general, nuestra plazuela de verduras ofrece el espectáculo más animado y lleno de variedad, bajo todo punto de vista, así en productos y efectos de expendio, como en la concurrencia que allí acude a comprar o vender, llamando la atención principalmente aquella limpieza y urbanidad, proverbiales de nuestro pueblo, y de aquel orden y moralidad suyos, que en pocas partes del mundo se encuentran.
Amigos y enemigos, parientes y extraños, allí todos se ven, se juntan, se tocan; no hay riñas ni el menor choque de palabras enojosas, entre clases a cual más diversas en traje, educación y origen, inclusive los llamados indios, los campesinos indígenas que vienen, los más, de las poblaciones cercanas, a traer frutas para venderlas y comprar víveres con que cargan ellos y sus mujeres: las cuales, para entrar al centro de la capital, se visten con sus mejores ropas y aún con sus alhajas de oro, que ya las tienen, adquiridas por el trabajo de los padres de familia y por el de ellas mismas, pues en nuestros viajes al interior del país solemos verlas en las milpas de maíz y en los plantíos de henequén, haciendo compañía y ayudando a sus maridos en las duras faenas del campo
¡Buena diferencia la de su porte actual y del otro tiempo!, que nosotros también alcanzamos en que su abyección era suma y solía verse a los vendedores de carbón y leña, andar por la ciudad cubiertos solo en lo más indispensable para no estar en el completo traje primitivo de nuestros padres en el paraíso
Entonces al aspecto rudo y salvaje de esas pobres gentes del campo en la capital misma, el estado de la plazuela era correspondiente en la época. Gracias que ya había formado escuadra en los costados del este y sur de la plazuela, los dos corredores de mampostería y arcos cubiertos, bajo los que se situaban siempre los expendedores de carnes frescas; pero la planicie centra de ella estaba toda al descubierto, de modo que las infelices vendedoras de verduras quedaban enteramente expuestas al rigor de la intemperie de nuestro cielo tropical.
Fue, pues, un positivo adelanto el que hubo en beneficio de ellas, al plantarse allí unos ceibos para darles sobra, pero que tenían el inconveniente de la lluvia de agua que seguía cayendo de las ramas aún después de despejarse de nubes el cielo raso, única techumbre secular del mercado de verduras. Por eso y por haber empezado las raíces de esos árboles sagrados para los antiguos mayas, a levantar el piso de piedra labrada, los ceibos se cortaron, desarraigándose sus troncos después de cosa de treinta años de sembrados en el suelo de la plazuela de verduras.
Algunos años después, y sustituyendo a los simples pretiles en que los pobres estudiantes íbamos a cenar, trabando disputas con las vendedoras, sobre la devolución de la bajilla de barro en que nos servían frijoles y panes de maíz, tan sencillos y sabrosos como no hay ahora, fabricarnos en los costados norte y oeste de la misma plazuela, las tiendas llamadas “Bazar”, embelleciendo a la vez que estrechando el reducido cuadro del mercado, que con la población tan aumentada de Mérida, necesitaba más bien mayor espacio y amplitud para el movimiento continuo y desarrollo creciente de la circulación de los habitantes, que todos¿, los más diariamente concurren, por necesidad o entretenimiento.
Había otra mejora que a nuestro entender todo el mundo echaba de menos y que era la de más necesidad y urgencia: una techumbre o cubierta suficiente que, a la vez de dar sombra a la plazuela toda, defendiéndola del sol y de la lluvia, la dejase la claridad necesaria por todo su ámbito, su más bien reducido que amplio para la capital del Estado; mejorándose así la condición de esas pobres mujeres, que ganan la vida con las mayores penalidades del mundo; en tiempo que sus maridos y sus hijos mucho nos ayudan en los trabajos de las artes, de la industria, del comercio y, sobre todo, en la defensa de la patria común contra los bárbaros, en cuya guerra han prestado y siguen prestando inolvidables servicios.
La techumbre de la plazuela de verduras que acaba de inaugurarse con más de los aparadores o mesas necesarias para el expendio, con una comodidad y limpieza dignas del central y único mercado de sustancias alimenticias y diarias para el consumo de todas las clases en Mérida, es una obra de gloria indisputable para la administración actual que, mediante la actividad prodigiosa de nuestro amigo Don Marcos Díaz Cervera, ha llevado a término esta empresa de la mayor y más importante mejora, por lo mismo que, además de ser ella un realce del decoro e ilustración de la capital, tan adelantada ya en aumento, belleza y elegancia de edificios públicos y particulares redunda principalmente en beneficio del pueblo, el cual, finalmente ha recogido así algo de los cuantiosos caudales públicos, invertidos hasta ahora en otros en otros objetos y empresas bien distantes de las modestas necesidades y satisfacciones que caben en nuestra vida social a las clases laboriosas y proletarias.[6]
Para 1895 se le denominó García Rejón. Esto en dedicatoria a Antonio García Rejón y Mazo (1812 – 1876) diputado por Yucatán, jefe político de Mérida y personaje relevante durante el conflicto conocido como “La Guerra de Castas”.
La guía de Yucatán de aquel año apunta lo siguiente sobre los mercados “Existen dos en la capital, uno denominado “Lucas de Gálvez, techonado con teja galvánica, contiene 220 puesto que se dan en arriendo a los vendedores, y el otro llamado “García Rejón” que se distingue por su tamaño mayor y es igualmente techonado con teja galvánica, contiene 550 puestos distribuidos en mostradores para las vendedoras de legumbres, comida y tortillas de maíz, y 38 mesas de piedra artificial que se emplean para el despacho de carnes, y 14 más para la venta de carne de cerdos.[7]”
En 1895 se techó con láminas de zinc todo el mercado y, por último en 1909 se les hicieron las mejoras. Para los años cuarenta ya se le describe como un «lunar que Dios sabe hasta cuando seguirá afeando el corazón de la urbe»[8]
Cuando se concluyó la construcción del actual mercado “Lucas de Gálvez” en 1949 el antiguo mercado fue clausurado y abandonado. En 1960 fue demolido para construir en dicho terreno el Bazar que albergaría a los Baratilleros que habían sido desalojados del portal de granos y alrededores.
La inauguración del nuevo Bazar García Rejón se realizó en febrero de 1961. Desde entonces ha tenido varias adaptaciones y actualmente funciona como Mercado de Artesanías.
REFERENCIAS
Fotografías: Biblioteca Virtual de Yucatán.
[1] Cirerol Sansores M. “Nuestra linda Mérida” (1966)
[2] Cámara Zavala G. “Catálogo Histórico de Mérida (1977)
[3] Gaceta de Guatemala. 25 de enero de 1802.
[4] La Revista de Mérida. Domingo 7 de julio de 1878.
[5] La Revista de Mérida, enero 18 de 1874.
[6] La Revista de Mérida, 18 de diciembre de 1881.
[7] LFR-C3-1894-0001 Caja 3 Guía del Estado de Yucatán / arreglado por José E. Rosado
[8] Carlos R. Menéndez. Visiones sobre Mérida (1942)
Bellísima anécdotas
Es muy apasionante la historia de nuestra ciudad, caminar por esos lugares de una manera cotidiana sin saber las cosas que han ocurrido. Me gustaría saber más cosas de mi estado Mérida Yucatán.