Del Teatro Principal al Daniel Ayala: autobiografía de un escenario

Diario de Yucatán. Noviembre de 1972

Soy un viejo edificio situado en la calle 60 entre las calles 59 y 61 de la ciudad de Mérida, capital del Estado de Yucatán. Tuve como antecesor solamente al Salón Teatro Jardín. Mi apelativo “El Principal”, que siempre conservé, fue tomado del teatro del mismo nombre que en la ciudad de México estaba de moda cuando yo nací.

En 1915, año en que comencé a tener conciencia de mi importancia, yo, el Teatro Principal, situado  en la calle 60, entre la 59 y la 61, de la ciudad de Mérida, tenía como vecinos próximos a la derecha la parte del Palacio de Gobierno –inaugurado 23 años antes- que mira hacia la calle 60, y a la izquierda, en el mismo edificio en que nací, el Café Central. El 16 de agosto de 1916, remozado y vistiendo traje dominguero, vi pasar por mis puertas abiertas al público ese mismo día, a gentes de nuestra mejor sociedad que llenaron mis localidades, atraídos por la intensa propaganda que a favor de mi reinauguración se había hecho, poniendo en escena la opereta vieja de Franz Lehar “El Soldado de Chocolate”, montada con todo lujo y propiedad por la compañía que desde el 8 de diciembre de 1914 actuaba en el Salón Teatro Independencia, vecino mío, que por el fondo de su escenario tenía comunicación conmigo.

El éxito obtenido esa noche, se prolongaría y crecería hasta llegar a constituir una época de esplendor del teatro lirico en Yucatán, que el paso de los años la hizo merecedora de ser denominado Época de Oro, de la que fui testigo. El tiempo y el recuerdo, unidos a la fantasía, deforman los hechos históricos tendiendo a hipertrofiarlos, como si fuesen visto a través de un lente, y es por eso que cuando nos referimos a esa Época de Oro del teatro lirico en Yucatán, pensamos en la ciudad de Mérida como si fuese ella únicamente el Estado de Yucatán, y al decir Época nos representamos un tiempo mayor de cinco años que fueron los que en realidad abarco y que podemos considerar como la cúspide de un florecimiento que se inició en el año de 1915 parar ir desvaneciéndose desde 1919, sin límites de demarcación precisos como son las épocas.

En aquel entonces, mis vecinos más próximos eran: el Café Central, al que seguían otros edificios de construcción antigua que eran ocupados para viviendas familiares y para establecimientos comerciales entre los que recuerdo la Semifusa, almacén de música de don Arturo Cosgaya, la panadería y café Denis, la librería de don Jorge Burrel, la botica del parque, la zapatería «La Norma» de Pedrero y Santandreu y «Mérida Moderno» de don Gaspar Campos.

A mi derecha se levantaba, como hasta ahora el Palacio de Gobierno, inaugurado en 1892, uno de cuyos locales que miran a la calle 60, fue la cuna que me vio nacer en un departamento, bodega de desechos, que el doctor Diego Hernández Fajardo entrego al señor Gonzalo “chino” Castillo, amigo de toda mi vida, para que lo utilizara como quisiera.

Al recibir de manos del doctor Diego Hernández las llaves del local donde yo nacería, el Chino Castillo le dio diferentes usos, el último de los cuales fue para establecer, aprovechando un jardín que allí existía un pequeño teatro con la denominación de Salón Teatro Jardín que sería mi antecesor directo. En aquel  actuaron diversos artistas, entre los que hacen relieve en mi memoria la cupletista y bailarina Flora Ochoa con sus cuplés y bailes sicalípticos para la época, que ahora tomarían a broma los colegiales; y también la cupletista y bailarina española María de la Cruz Ballesteros, alternando con películas cinematográficas. Actuaron también los Negritos del Palatino. Estas variedades tuvieron como empresario al popular Alfredo Zavala, el Sastre Zavala, como le llamaban. Flora fue sin dudad la atracción del público masculino, ese mismo que hoy ansia ver más de lo que permiten las minifaldas y las nulifaldas.

El Salón Jardín fue inaugurado el jueves 8 de enero de 1914 con la película “El Dios del Sol o la Gruta de los suspiros”. Era su empresario el Sr. Diego Hernández I. Coetáneos de esta sala de espectáculos eran, además el Teatro Peón Contreras y el Circo Teatro Yucateco, los salones Independencia (empresario Sr. Arnaldo Erosa Casares) e Iris (empresario Sr. Eloy Martínez) en los portales del costado norte frente a la plaza principal; y Actualidades (empresa Canto y García) y Variedades (Escalante y Padrón) en calles adyacentes a la propia plaza; y los salones popular (empresario Sr. Eustaquio González, en Santa Ana) y Frontera (en Santiago) y Pathé (en Santa Ana), estos últimos de D. Arturo Moguel.

Al nacer yo en el mismo local ampliado que entonces ocupaba el Salón Teatro Jardín. Mi antecesor fue llamado así por una fuente rodeado de flores que allí existía, donde en un pequeño escenario actuaban variedades, cuya mayor atracción era una cupletista que con el nombre de Flora Ochoa y en compañía de otros actuantes, llenaba a diario aquel Salón Jardín que tenía acceso por calle 60 por una sola puerta.

Platico frecuentemente con “El Chino”.  Yo con la voz de mis viejas paredes y el desde la vieja pero honrosa silla que sitúa en una de las puertas que dan acceso al cine en que me encuentro convertido, canosos y cansados ambos vemos desfilar a diario gentes que acuden por modesta paga a divertirse con las películas que nuestros exiguos recursos les pueden ofrecer. A estos diálogos, impregnados del olor de las cosas viejas, debo el recordar antiguos pasajes de nuestra vida de ayer, que la edad va esfumando y confundiendo en el recuerdo.

El viernes 8 de diciembre de 1916, con una función de gala celebramos el primer aniversario de la inauguración de la temporada de opereta y zarzuela, cuando ya durante el año se habían estrenado cuarenta y ocho obras teatrales montadas con la propiedad y el lujo que exigían. En el programa de esa fecha, el elenco de la Compañía había aumentado el número y calidad, al igual que la orquesta que contaba entonces con directores como los maestros Manuel Rivera Baz, Armando Buratti, Ernesto Mangas y Álvaro Pérez, siendo empresario Artaldo Erosa; director artístico de escena Romualdo Tirado.

Publicidad del Salón Jardín

En mi edad adulta existían en actividad el Circo Teatro Yucateco y el Teatro Apolo en Santiago, y el Actualidades, el Iris y el Independencia, como ya se apuntó en el centro. Estos teatros, situados en los portales del costado norte de la Plaza Principal, tuvieron las denominaciones de Salón Olimpia, Salón Iris, Teatro Virginia Fábregas y después Teatro Novedades, luego convertido en cine con el mismo nombre. Estos teatros estaban, en aquella época, en la que yo me encontraba de moda, en plena actividad con sus respectivas orquestas.

En el año de 1917 fue, a mi modesto entender de inmueble ya casi valetudinario, la cúspide de mis éxitos teatrales, pues a los obtenidos con el aumento del personal de la compañía y de la orquesta, se sumó el de la representación de la ópera española en dos actos Maruxa, el jueves 15 de marzo del propio año, con motivo del debut de la primera tiple Carmen Caussade de León. El 26 de mayo de 1917 marca otro acontecimiento exitoso para la compañía que actuaba en mi escenario. Los artistas Caussade, Vizaico, Sáenz, Valdealde, De León, Heras, Morales, Tirado, Rivero, Ruiz, Raluy y Trigos, como personajes principales, en honor y a beneficio del primer barítono de la Compañía, Ángel de León, llevaron a la escena Las Golondrinas, drama lirico en tres actos. No era posible un ascenso mayor que el logrado en nuestro medio, en lo que posteriormente fue señalado como la época de Oro del Teatro Lírico en Yucatán.

Los coches-calesas, ahora llamados de caballito, no servían para esos paseos, sino que se les utilizaban para galanteara las enamoradas en los días ordinarios. Los más nuevos y lujosos tenían su estacionamiento en el Parque Hidalgo o la acera de la 61 con 62 y servían a una clientela especial, escogida entre los fifies especialmente de los clubes ubicados en los alrededores. Las bancas del parque las ocupan los estudiantes, los limpiabotas que ahora se auto nombran aseadores del calzado, niños mendigos al por mayor, uno que otro viejo desocupado, que va allí a gozar el fresco de la tarde y amigos que hacen allí sus tertulias desde la caída de la tarde.

Como vecino de enfrente tengo al Gran Hotel, que siempre es grande pero no el primero como lo fue antes. Allí no puede dejar de campear el grato recuerdo de aquel don Fernandón, auxiliado por Valeriano Martínez, hacían las delicias de su refinada clientela preparando sabrosos y adecuados “compuestos”, muy ajenos a que después serían substituidas esas bebidas por las groseras mezclas de licores de dudosa procedencia, con bebidas gaseosas modernas.

Don Fernadón, quien se anticipó en el tiempo, no tuvo la pena de ver la ruina del gusto por los buenos “preparados” en tanto que Valeriano Martínez con amargura vio descender su categoría, hasta llegar a ser un simple despachador de tragos, según el mismo me refirió. La cocina, que era otro de los atractivos del Gran Hotel, pudo disimular su decadencia gracias a la instalación en su interior, de un decente restaurante denominado “El Patio Español”.

Del gran hotel tengo dos recuerdos que a guida de chisme les voy a referir. Yo, joven aún, como otros componentes de las compañías de Opera, Opereta y Zarzuela, con envidia veíamos pasar a un viejo setentón, rico, hacendado, portando elegante traje, chistera y zapatos revestidos de polainas blancas, después de los ensayos y por las noches, del brazo de las mas bellas jóvenes prima-donnas de la Compañía.  Y más se acrecentaba nuestra envidia al pensar que el dinero, del que nosotros carecíamos, nos situaba tan lejos de lo que nuestro referido senil personaje tenía tan cerca.

Vuelta la calma, se supo que el tiroteo fue debido a cuestiones políticas, y la función continuó adelante sin desgracias personales que lamentar, pero si la pérdida momentánea de los objetos femeninos, que después fueron recuperados.

Al narrar mi vida, debo también hacer una mención de hechos y de personajes que tuvieron a mi lado vida y desarrollo, como las reuniones de los artistas de los diversos teatros en la Plaza Grande, después de las funciones nocturnas, donde se hacían comentarios para disfrutar del fresco de la madrugada.

Aspecto del Teatro en 1972

El Café Central (no confundir con el Café Express) estaba ubicado en la parte izquierda del edificio donde yo nací y siendo por mi situación de vecino más próximo, a todas horas era visitado por nuestra gente de teatro que estaba en actividad durante el día en el trajinar de la preparación de estrenos y reposiciones de obras, que deberían ser presentadas al público. Después de las funciones, el público al teatro llenaba las mesas del Café Central.

En los portales que miran al sur de la Plaza Grande, al lado de mis hermanos menores, los teatros Olimpia e Independencia, el popular don Juan Ausucua abrió al público un café e instaló un aparato para elaborar el aromático liquido al que llamo Greca y de allí se derivó el nombre de su establecimiento y a las tacitas de café que se servían al público, se les llamo también grecas de donde la costumbre quedó de llamar a una taza de café según su tamaño y contenido greca grande o greca chica, con leche o sin ella, india cuando esta aguada y mita y mita si se desea una mezcla de café con leche, en recipiente pequeño y en partes iguales. También en los portales, se instalaba el Negro Pedroso con sabrosas viandas frías y apetitosas fritangas. En el mismo lugar se instalaba un español apodado El Curro, que en un hornillo de carbón asaba, en un perol de cobre, olorosas castañas que pregonaba con su marcado acento español, ¡castañas asadas, castañas calientes, y son de la sierra!

También y durante varios años, otro español de apellidado Castaldi en el cruce de las calles 60 y 61 se instalaba diariamente por las noches, para expender sandwiches previamente preparados y depositados en una vitrina instalada sobre un carrito de mano, que arrastraba desde su domicilio. En la esquina donde se cruzan las calles 60 y 63, más conocida por El Gallito, existía una fonda de chinos, donde mis gentes de la farándula tomaban sus alimentos por precios al alcance de sus bolsillos. También La Flor de China, a media cuadra de la plaza, por la 61 Poniente, acudían los artistas a comer económicamente.

Allí nací, como he dicho, entre papeles y muebles viejos, residuos de oficinas del Gobierno, que el Dr. Diego Hernández Fajardo (Dieguito como le llamaban), entregó para ser utilizado como quisiera, el amigo de toda mi vida, el Chino Castillo, Don Gonzalo Castillo, como en el teatro le llamamos ha pasado toda su vida al lado mío y también al de mi hermano Teatro Peón Contreras. En ambos fue el consentido de los artistas, con predilección del gremio femenino. Aquí en el Teatro Principal, el Chino Castillo desempeñó en diversas épocas los oficios de electricista y tramoyista, y desde hace varios años, ya octogenario (nació él en 1888), sigue trabajando modestamente como boletero.

Durante aquella época de efervescencia del género lírico, tuve otros compañeros de espectáculo como el Circo Teatro Yucateco, situado en el cruce de la calle 57 con 68 y 70, que había sido inaugurado en 1900 y que fue demolido en 1960. En el Circo Teatro Yucateco actuaron compañías de ópera, opereta, zarzuela, drama, compañías circenses, corridas de toros y allí también se derivaban las rumbosas fiestas del suburbio de Santiago.

Fueron también mis contemporáneos, el Teatro Actualidades, el Teatro Iris, que fuera cina del teatro regional yucateco, a cuyo iniciador Héctor Herrera (senior), siguieron creo todos sus familiares, en Yucatán y fuera del Estado, difundiendo ese teatro tesoneramente, hasta nuestros días. Héctor Herrera tuvo valiosos satélites entre los que recuerdo a Gregorio (Goyito) Méndez “Don Chinto” cuya vis cómica lo hizo olvidar su cornetín, y al barítono Armando Camejo. Además de su porte simpático y varonil, Camejo tocaba la guitarra, con la que acompañaba su pequeña pero bien timbrada voz de barítono. Y recuerdo también a Adolfo González, el del serrucho, que hasta hoy figura en la televisión local y es solicitado por su original serrucho, al que hace cantar con un arco de violín, y por su característica comicidad.

El Teatro Apolo estaba situado en el costado norte de la plaza de Santiago, en el mismo lugar que hoy ocupa el Cine Rex. En el año de 1914, actuaba allí la compañía de Rosita Torregrosa. En el teatro Independencia, mi vecino de escenario, que tenía su entrada por los portales de la Plaza Grande, que miran al sur, actuaba una compañía de operetas y zarzuelas españolas, con su orquesta completa. Recuerdo que los componentes de esta orquesta se declararon en huelga contra su empresario por cuestión de sueldos y el empresario, para no interrumpir sus funciones diarias, hizo que la orquesta que actuaba en el Apolo pasara al Independencia. Como en aquel tiempo no existían sindicatos ni leyes de trabajo, las cosas no tuvieron mayor trascendencia y, como otras veces había acontecido, la farándula siguió adelante… A partir de esas fechas comienza mi época de bonanza.

El Teatro se reinauguró a principios de febrero de 1976 con el nombre del músico Daniel Ayala Pérez, nacido en Abalá, Yucatán el 21 de julio de 1906 y fallecido en Veracruz el 20 de junio de 1975. Se desempeñó como director del Conservatorio de Mérida y posteriormente director de la Banda de Música del Estado. Fundó en 1942 la Orquesta Típica Yucalpetén.

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