Cuando estoy en otro estado de la república, pienso en los personajes que por su trayectoria podrían hermanar a dicho sitio con Yucatán. En el caso de Jalisco y Yucatán, quiero mencionar a Fray Antonio Alcalde y Barriga quien ocupó el cargo de prelado de la diócesis de Yucatán, para luego marchar al cargo en la entonces capital de Nueva Galicia. Este personaje no puede pasar inadvertido para el visitante de Guadalajara, pues en su nombre existen infinidad de espacios públicos. Nació en el pueblo de Cigales, cerca de Valladolid en España el 15 de marzo de 1701. A los diecisiete años tomó el hábito de Santo Domingo en el convento de San Pablo en Valladolid. Dos años después recibió el habito dominico y a los 24 años se ordenó sacerdote.
Según se cuenta, “un domingo de julio de 1760 un fuerte chubasco obligó al rey Carlos III, que se entretenía cazando liebres en el Real Monte del Pardo contiguo al convento de Valverde, a guarecerse en el. Admirando la austeridad del lugar, se introdujo de forma intempestiva en la celda del prior, al que encontró absorto en oración ante un crucifijo, en un diminuto aposento donde apenas había lugar para un catre de tablas y una mesa con algunos libros, y a lado de estos una calavera. Tanto impresionó al rey esa estampa que no muchos días después, necesitando presentar al Papa un candidato para el obispado de Yucatán dijo a su secretario, quien sabía del episodio: nombre usted al fraile de la calavera precisamente”[1]
Adquirió desde entonces apodo de “fraile calavera”. En el verano de 1761 se preparaba para tomar el cargo de prior del convento de Santa Cruz de Segovia cuando recibió la real cédula de 18 de septiembre de 1761 que le hacía obispo electo de Yucatán. Aunque pretendió renunciar al cargo, lo asumió por obediencia al Ministro General de la orden dominica. Se consagró en Cartagena de Indias el 8 de mayo de 1763 encaminándose para la península yucateca para tomar posesión de la diócesis el 1 de agosto del mismo año, llegó acompañado de dos hermanos de la orden dominica, orden que nunca estableció conventos en Yucatán. [2]
Durante su obispado, se realizó la consagración de la Catedral de Mérida, que, aunque concluida en el siglo XVI, aún no se había realizado este acto ritual el cual tuvo lugar el 12 de diciembre de 1763. Según lo que escribió el también obispo Crescencio Carrillo y Ancona, el “fraile calavera” recorrió dos veces en seis años la extensa diócesis de Yucatán que entonces comprendía la península, las islas adyacentes, las provincias de Belice, el Peten Itzá y Tabasco; esto a pesar de sus más de sesenta años y la prohibición de los médicos.[3]
En el conflicto entre frailes y el clero secular, dispuso que siempre que los primeros tuvieran mayor preparación serían preferentes en la posesión de los curatos. Para actuar de esta forma tuvo que valerse del capitán General de la Provincia D. Cristóbal de Zayas Guzmán. Fundó en el Seminario Conciliar la Catedra de Teología en 1765 y perfeccionó los reglamentos de dicho colegio además de dotarlo de una biblioteca. Y tras la expulsión de los jesuitas en 1767, inicio los trabajos para fundar una nueva Universidad que ocupará el vacío educativo generado por la medida.
La plaga de langosta asoló Mérida en 1769, y en búsqueda de un remedio se recurrió a la providencia por lo que en un hecho significativo para la feligresía, la Virgen de Izamal fue trasladada desde el 15 de junio de aquel año y por cincuenta días a la capital de la provincia, con lo que se “remedió” el mal. Poco después de la plaga se comenzó la reedificación de la ermita de San Juan, patrono auxiliador contra este tipo de males, y se concluyó el 23 de junio de 1770.
Entre otras de sus obras está la fundación en el Hospital de San Juan de Dios de la enfermería para mujeres y clérigos a la cual dono veinte mil pesos. Participó en la fundación del Hospicio que se concluiría en tiempos de Lucas de Gálvez. También fomento la creación de pósitos (espacios para almacenaje de grano) en cada pueblo de la provincia.[4] Durante su obispado se construyó el segundo retablo de la Catedral de Mérida, destruido en 1915.
A finales de 1770 salió de la península para asistir al IV Concilio Provincial en la Ciudad de México, que había sido convocado por el arzobispo Francisco Antonio Lorenzana el cual inicio el 13 de enero de 1771. Se encontraba ahí cuando recibió la orden de dejar la diócesis yucateca para trasladarse a Guadalajara al terminar el concilio. El nuevo obispo llegó a la capital de la entonces Nueva Galicia el 12 de diciembre de aquel año.
Al llegar a la nueva diócesis se dedicó con empeño a la educación pública, doto de cátedras al colegio de San Juan. Estableció dos escuelas para hombres y una para niñas, en este ámbito también dono sesenta mil pesos para la Universidad además de conseguir para ella los bienes de temporalidades de los extinguidos jesuitas, en fechas recientes se ha dicho en la capital de Jalisco que “Gracias a su gestión hoy tenemos la segunda Universidad más grande e importante del país”[5] en referencia a la obra de Antonio Alcalde por la Real Universidad de Guadalajara.
Durante los años en los que la ciudad de Guadalajara fue victima de la hambruna y el tifo (1785 y 1786), ante la incapacidad de los hospitales existentes Fray Antonio donó 265 mil pesos para fundar el hospital “más grande de América”, hoy conocido como hospital Civil Fray Antonio Alcalde. También se le reconoce su participación en la urbanización de los barrios indígenas de Analco y Mexicaltzingo. Apoyo la creación de vivienda social al construir “Las cuadritas” de la cual aún se conserva una en la capital tapatía.
Estuvo frente a la diócesis de Guadalajara hasta su muerte ocurrida el 6 de agosto de 1792, casi diecinueve años contra los siete años en los que presidió el obispado yucateco. La permanencia en el bajío le permitió concluir obras que en nuestra península apenas consiguió iniciar, aunque hasta ahora no hay trabajos sobre el papel de este dominico en Yucatán.
Lo cierto es que en la ciudad de Guadalajara dejó onda huella; una de las avenidas principales de la ciudad lleva su nombre, el antes mencionado hospital civil, en el Parque del Santuario existe una estatua suya, lo mismo que en la entrada de la Universidad y en la rotonda de los hombres ilustres. Su biografía se encuentra colocada en varios templos del centro de la ciudad y esto es solo por mencionar algunos de sus memoriales a su figura la cual es recordada en la fecha de su natalicio por autoridades del cabildo eclesiástico y civil de Guadalajara. Razones para su exaltación en el bajío y su olvido en el sureste seguro existen, pero no es tema de esta breve crónica.
En la galería de obispos de la Catedral de Mérida, se conserva un cuadro suyo, la placa que da fin al templo de San Juan de Mérida menciona que esta conclusión se dio durante su obispado.
[1] Esta historia esta consignada en los templos de Nuestra Señora de la Merced y en el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe de la ciudad de Guadalajara, en este último se hallan los restos de Fray Antonio. Crescencio Carrillo y Ancona en “El Obispado de Yucatán” también desarrolla la historia.
[2] Otero, M. (2014). Aportaciones al pueblo de México (1817-1850). (J. Covarrubias Dueñas, Ed.) México: Universidad Autónoma de México. p. 1107
[3] Carrillo y Ancona, C. (1895). El Obispado de Yucatán: historia de su fundación y de sus obispos desde el siglo XVI hasta el XIX. Mérida: Imprenta y Litografía R. Caballero. P 347
[4] Arias Martinez, M. (1994). Un retrato de Fray Antonio Alcalde, Obispo de Yucatán y Guadalajara, en el Museo Nacional de Escultura. Anales del Museo de América, 77 – 81.
[5] Presentación de libro “Utopía y acción de fray Antonio Alcalde: 1701-1792” realizada en 2018 en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.