Historia de los Arcos de la Ciudad de Mérida

Del conjunto de arcos que existió en la ciudad de Mérida, sobreviven tres cuya permanencia solo podría atribuirse a la buena fortuna, pues nuestro medio no ha sido amable con la conservación de este tipo de elementos patrimoniales que si bien pierden sentido respecto a la función para la cual fueron edificados, son testimonio de la historia.

Estos arcos son contemporáneos de las murallas de Campeche construidas alrededor de la última década del siglo XVII y fueron realizados por el mismo Ingeniero Manuel Jorge de la Zezera. Aunque existió el proyecto de amurallar la ciudad[1], tal y como lo hiciera Campeche para protegerse del ataque de piratas, esta medida nunca se concretó y se redujo al levantamiento de arcos, cuya función coinciden investigadores contemporáneos, no es otra que la de delimitar el espacio urbano; se tomaron algunas otras medidas como la excavación de subterráneos para ocultar a la población en caso de un ataque.[2]

Durante este periodo se habrían construido entre siete y ocho arcos, de entre los cuales se encuentran los tres que aún existen; el de San Antonio de Padua (50 x 61), conocido popularmente como de Dragones por estar enclavado en el edificio que alguna vez fue Hospital Franciscano y que posteriormente albergó a la Infantería de Dragones nombre con el que trascendió. Este arco lleva en el nicho la figura de piedra de San Antonio, se le distingue por llevar en brazos al niño Jesús. El de la Cruz (50 x 63) y que se le conoce como Del Puente pues la calle que lo atraviesa solía inundarse en la época de lluvia obligando a los vecinos a colocar un puente para poder cruzar la calle. En el arco de San Juan Bautista (64 x 69) se distingue en el nicho al santo profeta por llevar en la mano izquierda un báculo en forma de cruz y en la derecha un libro sobre el que aparece el cordero, símbolo de su condición de precursor de Cristo.

Detalle del Arco conocido como Dragones, se aprecia al Santo de piedra con el niño Jesús, según la iconografía corresponde a San Antonio de Padua

De los arcos desaparecidos apenas y hay información, en realidad a penas y se puede afirmar que fueron alrededor de ocho pues como veremos se llegan a mencionar otros, pero la mayoría de los escritores e investigadores coinciden en esta afirmación. En lo que fue la entrada a la Campaña de la desaparecida ciudadela de San Benito existió uno que fue conocido como el Arco de la Campaña (56 x 65) y que eligiendo de entre los nombres de santos que se han mencionado, probablemente habría sido el de San Sebastían aunque de acuerdo con el siguiente documento sería el de «San Lorenzo»:

Al Poniente de la ciudad se encontrarían dos arcos en situación paralela al de Dragones y El Puente; el Arco de Nuestra Señora de la Consolación (70 x 63) conocido como “Xcul” porque así estuvo durante gran parte de su existencia y uno más que nunca llegó a concluirse conocido como el Caído de Santiago (70 x 61). Respecto a estos nombres, hay variaciones respecto a cuál es el Xcul y cual “El Caído”, pero la afirmación que he hecho me parece la más lógica[3]. Uno más sería el de San José (62 x 53) sobre el que tampoco hay más información que el de su demolición como veremos más adelante. Entre los arcos mencionados, construidos alrededor de 1690, podemos encontrar paralelismos entre los que se construyeron de oriente a poniente, sin embargo, entre los que se encontraban al norte y sur no queda tan claro, haciendo parecer incluso que haría falta un arco más en el norte, aunque para la fecha mencionada no hay noticia de otro.

Ubicaciones hipotéticas de los Arcos de la Ciudad.

Quizá la primera nota periodística respecto al ordenamiento urbano de la ciudad sea la publicada en la Gaceta de México en julio de 1728; en breves líneas se anuncia la conclusión del primer paseo de la ciudad:

“Y que también, que el Gobernador de Yucatán, D. Antonio de Figueroa y Sylva Cavallero del Orden de Santiago, Brigadier de los Reales Ejércitos de S.M. hizo acabar el Paseo que en el Barrio de Santa Ana de capital de Mérida dispuso para publica recreación de sus vecinos, con arcos, que hizo edificar, los seis en la seis boca calles, uno a la entrada y otro a la salida, que con la amenidad de los árboles, que suben sobre sus cercas lo hace muy vistoso.”

Estos arcos que unirían a la ciudad con el Barrio de Santa Ana, en teoría no tendrían la función delimitante de los primeros y más bien serían para formar el Paseo. Tomando en cuenta los señalamientos publicados en la Gaceta, estos arcos correrían a través de lo que hoy es la calle 60. De aquellos solo ha quedado memoria de dos el de Santa Lucía y el de Santa Ana, pero al ser seis, este paseo iniciaría en el cruce de la 60 con 57 donde entonces se encontraba la Universidad de San Francisco Javier y el Seminario de San Pedro[4] y desde esa esquina hasta llegar a la Plaza de Santa Ana.

Detalle del Arco de San Juan, se aprecia al profeta con un báculo y en la otra mano sostiene un libro sobre el que se encuentra un cordero.

El investigador Luis Millet relaciona el desuso de los arcos con el crecimiento de la ciudad y la mezcla de los grupos étnicos en el espacio que alguna vez estuvo delimitado al menos de forma virtual. En el cabildo del 8 de abril de 1783 se leyó un escrito del teniente coronel don Juan Francisco Quijano en que se decía que el arco que estaba situado junto a su casa, el cual había sido construido a costa de su padre, se había caído a consecuencia de un rayo, pero que habían quedado en pie los pilastrones, los cuales eran un estorbo por medio del escrito solicitaba permiso para demolerlos, a lo cual accedió el ayuntamiento, pero en el cabildo del 1 de octubre se le pidió al síndico procurador una especie de fiscal de la ciudad que reclamase los materiales obtenidos por la demolición “no debiendo permitir se despojase a la ciudad del valor de dichos materiales procedentes de un arco de su pertenencia y propiedad”.

Estando presente en este último cabildo el gobernador Merino Ceballos, manifestó que: habiendo varios arcos caídos subsistentes únicamente sus gruesos pedestales que hacen rincones y forman guaridas y uno y otro que amenaza desplomarse, dijo le parecía conforme se dejasen los cuatro principales de las entradas y se demoliesen hasta el asiento los demás para que vendida la piedra redonda y caliza se pudiese emprender la referida fábrica (de la real cárcel)”[5]

El alcalde Juan Antonio Elizalde declaró en el cabildo del 7 de octubre del mismo año que en compañía del síndico procurador había reconocido “los ocho arcos que corren por las ocho calles de la plaza y que solo encontró el que se dice de San Sebastián amenazaba ruina y que los demás estaban útiles, lo que oído, se determinó que se tumbase éste y que los otros, previo justiprecio que hará el avaluador de la ciudad don José Jacinto del Pino, el procurador general con respecto a dicho avalúo venda los materiales y caliza, siendo dé cuenta de los compradores la demolición de ellos”.

Don Juan Francisco Quijano pagó diez y nueve pesos por los materiales del arco de su casa, y ofreció seis pesos por el “santo de piedra” lo cual fue aceptado por el ayuntamiento. En el cabildo del 11 de noviembre de 1783 “propuso el señor alguacil mayor don José Cano dar (25 pesos) por las piedras y materiales de los pedestales del arco que va hacia la quinta del señor licenciado Estanislao del Puerto con todas sus pirámides, se determinó admitirlos como se admitió”: este arco llamado de San José se encontraba en el cruce de las calles 62 y 53 y la quinta del Señor Puerto era la que hasta hace algunos años ocupó el hospital del niño. A la semana siguiente el chantre Dr. Don Pedro Faustino Brunet ofreció al ayuntamiento quince pesos “por las piedras calizas y demás materiales de los pedestales del arco de San Cristóbal que se halla en la plaza de San Juan”; el cabildo comisionó al síndico procurador para que con base a esta oferta efectuase la venta a favor de quien mayor cantidad ofreciese. Otras solicitudes fueron presentadas al ayuntamiento y por fortuna esta destrucción no llegó a ser completa.

A principios del siglo XIX se le pidió al arquitecto de la ciudad que reconociese los arcos de Santa Ana y Santa Lucía que amenazaban caerse y determinarse si convenía mandarlos a reedificar. En el cabildo de noviembre de 1815 se presentó la cuenta de lo gastado en la demolición del arco de Santa Ana efectuada “por indicaciones del finado gobernador don Manuel Artazo”.

El escritor Gerónimo Castillo Lenard reseñó los Arcos de Mérida en 1866 con la información con la que contaba: Son como los términos o puertas de la ciudad, que después se ha engrandecido y pasado mucho más allá de sus límites. Son siete: los de Santa Lucía y Santa Ana al Norte, los de Dragones y el Puente al Este, el de S. Juan al Sur y el Caído y el Xcul (truncado) al Oeste. Hacia el Sur, en dirección del Seminario del S. Ildefonso, existen las bases y fustes de otro, que ignoramos porque no se concluyó.

Es de notar que este y el de S. Juan no corresponden en situación a los de Santa Lucía y Santa Ana, como sucede con los de Dragones y el Puente respecto del Caído y el Xcul: nótase también que los de Santa Lucía y Santa Ana están en una misma dirección; pero esto se explica con que por ese rumbo se extendió más rápidamente la población, y hubo por tanto necesidad de alejar sus límites.

Los arcos de Santa Lucía y Santa Ana fueron demolidos por los años de 1820 a 1823 porque amenazaban ruina: lo mismo sucedió con el llamado Caído impropiamente; pero se conservan las bases, fustes y capiteles cuadrangulares de dos de ellos hasta la elevación del arranque: el Xcul no llegó a concluirse y por eso se le da ese nombre, bien que ascendió a la altura correspondiente: los de Dragones, el Puente y S. Juan existen en buen estado, y no dejan de tener elegancia, guardando sobre todo las proporciones debidas.[6]

Aquí se menciona un arco más, que existió en el cruce de la calle 58 x 61 en la esquina donde estuvo el Seminario Tridentino y también el autor considera que la existencia del Arco de Santa Ana a una distancia posterior al de Santa Lucía es producto del crecimiento de la ciudad aunque como vimos es porque conformaban un paseo a través de la calle 60. Esto nos hace pensar que para entonces y quizá mucho antes, ya existían dudas respecto al origen y nombres de los arcos. Aún con las demoliciones mencionadas es probable que para principios del siglo XX, aún se conservaran algunos pedestales. Afortunadamente en 2016 los tres arcos de la ciudad recibieron nueva vida con el apoyo de la Asociación Yucateca de Especialistas en Restauración y el Ayuntamiento de Mérida. Hasta aquí este breve análisis.

Referencias.

Millet. L (1985). Estampas Meridanas. Maldonado Editores.  55 – 60

[1] Victoria Ojeda, J. (2013). Arquitectura militar colonial en Yucatán. Un patrimonio sin valoración: experiencias, realidades y comparaciones. En J. García Targa, Patrimonio Cultural Mexicano: Modelos Explicativos (págs. 151 – 160). Oxford: Information Press. Obtenido de https://www.academia.edu/31477266/Arquitectura_Militar_colonial_en_Yucat%C3%A1n._Un_patrimonio_sin_valoraci%C3%B3n_experiencias_realidades_y_comparaciones

[2] Victoria Ojeda, Jorge. (2011). Hallazgo de una garita colonial: historia y arqueología en el temprano camino real a Campeche (siglo XVII). Península6(2), 47-70. Recuperado en 04 de agosto de 2019, de http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1870-57662011000200003&lng=es&tlng=es.

[3] Cámara Zavala, G. (1950). Catálogo Histórico de Mérida. Mérida, Yucatán: Area Maya.

[4] Vázquez Cardeña, I. (2004). La Universidad de San Francisco Javier, la Compañía de Jesús en el Yucatán Colonial. Revista de la Universidad Autónoma de Yucatán, 28 – 39

[5] Millet Cámara, L. (8 de enero de 1984). Los Arcos de Mérida. Diario de Yucatán, pág. Tercera Sección.

[6] Castillo Lenard, G. (1866). Diccionario Histórico, biográfico y monumental de Yucatán, desde la conquista hasta el último año de la dominación española en el país. Mérida: Imprenta Castillo y Compañía. Pp 59 – 60

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