Dr. Iván Franco
CINAH-Yucatán
Introducción
Hacia 1864 el Comisario Imperial de Yucatán e Ingeniero de minas oriundo de Hermosillo, Sonora, José Salazar Ilarregui realizó, con base a principios ilustrados de buen gobierno y administración, el levantamiento topográfico de la capital Mérida y su hinterland inmediato. Después de casi dos años, Salazar Ilarregui y su equipo entregaron al gobierno un mapa que describe a Mérida en 1865 como una ciudad socialmente segmentada; este plano es hoy punto de referencia único para entender el patrimonio edificado de origen europeo colonial de la ciudad, aunque también aporta elementos para entender la tensa convivencia que ese modelo arquitectónico de más de tres siglos guardaba respecto a las casas de origen maya. Entonces estas rodeaban por decenas las poco más de 40 manzanas de origen colonial.
Mérida en 1865
El mapa muestra que Mérida conservaba en 1865 su adusto rostro virreinal. Destacaban las construcciones religiosas (Catedral, Palacio Arzobispal, San Cristóbal, Santiago, etc.) y de gobierno y administrativas (Fortaleza de San Benito, por ejemplo), sin que la simpleza de las fachadas, alturas, puertas y balcones de madera y demás, de la mayor parte de casas habitacionales, no imprimieran un sello de sobriedad al asiento urbano. Tono y mesura parecidos a la que conservan Valladolid e Izamal hoy día. La derrama de la riqueza del henequén empezaría a llegar una o dos décadas después, con ella la acumulación de recursos orientaría el incesante cambio de la arquitectura civil colonial, principalmente en sus rostros o fachadas, al final del siglo XIX.
Los exteriores de Mérida empezaron a denotar al final del siglo XIX los nuevos gustos y aspiraciones de los pujantes grupos medios de hacendados, comerciantes, políticos y empleados henequeneros como de profesionistas y funcionarios al servicio del sucesivo orden liberal juarista, lerdista y porfirista. Implantes neoclásicos, afrancesamiento, abandono de balcones de madera por hierro, altura o despliegue de dos y hasta tres plantas, etc., se hicieron moda. Unos años después, al empezar el siglo XX, la oligarquía henequenera -conformada mediante una compleja red de alianzas familiares en la economía, la política y la religión-, desplegó su fascinación por la arquitectura europea en boga, imponiendo cierto aire de nobleza en casas y mansiones de su propiedad, así en el centro histórico como en las colonias García Ginerés y en el Paseo Nachi Cocom (Paseo Montejo).
No pocas familias y personas a quienes la acumulación henequenera no benefició pudieron montarse en esa ola de modernización arquitectónica y urbana. Hoy día se puede percibir esa “carencia” en numerosas casas céntricas, aunque se podría especular si algunas de esas familias tomaron la decisión de no “recargar” sus fachadas más por vocación conservacionista de la herencia colonial que por montarse en la ola innovadora de esa etapa final del siglo XIX e inicio del XX. Muchas de esas casas ya colapsaron o están al borde del derrumbe, aunque esto no significa que casas y edificios que sí fueron modificadas y restaurados desde esa época de bonanza, no fueran víctimas de destrucción por los nuevos valores arquitectónicos encarnados en la modernidad funcionalista del siglo XX post-revolucionario. Algunos ejemplos son identificables hoy día.
Muchas cosas revela el mapa del Imperio de Mérida, aunque algunas no se describan en sus trazos. Por ejemplo, una de las razones por las que los conquistadores nombraron “Mérida” a nuestra capital se debió a que en el remoto año de 1542 eran visibles cinco “cerros”, en realidad estructuras prehispánicas que recordaron a los europeos venidos de Écija, Sevilla y demás, la Mérida de Extremadura. Eran el núcleo fuerte de estructuras del clásico y post-clásico maya de T’hó, extendida como todo asiento prehispánico más allá de sus edificios principales. Esos cinco cerros se elevaban en donde hoy día están el Ayuntamiento y el Palacio de Gobierno, el Mercado Lucas de Gálvez y San Benito, centros de los barrios de San Cristóbal y San Juan, entre otros; como se puede inferir, el espacio ceremonial del antiguo sitio maya era amplio, parecido en extensión a su vecino Dzibilchaltún, que aún conserva restos de una capilla abierta y de un corral asociado a las decenas de estancias ganaderas que rodeaban Mérida. La Mérida de España, en contraparte, conserva hasta la fecha imponentes restos de edificios romanos (Teatro, Anfiteatro, Templo de Diana, etc.) y árabes.
Fueron asociados de inmediato ambos conjuntos de restos en España y Yucatán por los conquistadores quienes acompañaban a Francisco de Montejo el Mozo, inspirándolos a designar con el nombre de Mérida al lugar que ocupaban las estructuras de T’hó. Pero a diferencia de la Mérida de Extremadura, cuya edificación también se sirvió de piedras de los edificios de las antiguas ciudades romana (Emérita Augusta) y árabe (Alcazaba) sin completar su exterminio, las rocas de los “cerros” mayas sirvieron sin reparo para construir cimientos y muros de la Casa de Montejo, viviendas de conquistadores y militares al servicio de la Corona, edificios religiosos como Catedral, Templos del Jesús, San Cristóbal y otros; también para edificios civiles como las casas de gobierno y del cabildo, la alhóndiga y demás. Entrado el siglo XVII era solo visible la gran plataforma sobre la que se erigió la Ciudadela de San Benito.
El rostro oculto del pasado prehispánico de Mérida
Recientes y parciales excavaciones arqueológicas en esas zonas de la Mérida primigenia muestran aspectos de lo que fue el extenso asiento maya de Ichcaanzihó o T’hó al nivel de sus cimientos, plataformas y decenas de estructuras menores más antiguas. Los sitios o señoríos mayas estuvieron a lo largo de su existencia (500-600a.C a 1200-1250d.C), rodeados de viviendas mayas tradicionales, es decir, de casas de techo de paja cuyos residentes aportaban pagos tributarios diversos. Sin T’hó estar habitada en 1542 pero formando parte del pequeño kuchkabal (cacicazgo) de Chakán, los europeos que fundaron Mérida no encontraron oposición para residir finalmente en el espacio que albergaba a la antigua T’hó, favorecido con fuentes de agua cercanas.
Los mayas prehispánicos que vivían en ese territorio de Chakán fueron “muy nobles y muy leales” con los conquistadores y colonizadores a diferencia de la actitud de rechazo de otros jefes territoriales; título de muy noble y leal que por cierto se otorgó a Mérida en 1618, 76 años después de ser fundada y décadas después de que su fundador de aparente origen portugués falleciera en Guatemala, lejos de su nueva ciudad. Es en esa área en donde nacerán y se extenderán tradiciones que hoy identificamos como yucatecas: jarana, vaquería, vestimenta y demás. Así, sin demasiados contratiempos, el halach uinik de la zona (cacique) concedió que los europeos comandados por Francisco de Montejo el Mozo empezaran a fomentar su “ciudad blanca”, razón por la que quince años después de su fundación (1558) Mérida tenía ya nueve manzanas edificadas y su fundador formara parte activa de su cabildo.
El Ing. Salazar Ilarregui mostró en el mapa de 1865 que Mérida estaba rodeada de viviendas mayas ancestrales. Pero lucían entonces “atrapadas” u organizadas bajo el patrón de asentamiento renacentista, que ordenaba la creación de ciudades mediante una retícula en forma de tablero de ajedrez. Ya no respondía el tipo de asiento a la lógica de los poderes prehispánicos, sino al modelo de cuadrícula que imperó por toda Europa después del medioevo; tipología que impactó el diseño y orden de la mayor parte de ciudades del nuevo mundo. Mérida de Yucatán no fue la excepción. Otro aspecto de relevancia del mapa se debe a que también por esos años, y como parte de la política económica de impulso a la siembra de henequén y elaboración de derivados, en los “patios” o “solares” se registró que los vecinos mayas y mestizos destinaban proporciones de sus huertos a la plantación, artesanía y probable venta de fibra de henequén en bruto y transformada (hilos, sabucanes, etc.) en los nacientes comercios de Mérida.
El colapso económico que aún causaba el intento de “guerra de Independencia maya” (o “guerra de castas”), fue un factor relevante para estimular el cultivo del agave en las áreas de influencia de la política económica liberal entre los descendientes mayas del kuchkabal o cacicazgo de Chakán. En la actualidad es un reto encontrar una vivienda maya ancestral en el área urbana de Mérida. Es probable que algunas, o sus ruinas, subsistan al interior de las manzanas de los llamados primero y segundo cuadros de Mérida. Un registro actualizado ayudaría mucho, más si se ocupan las nuevas tecnologías masivas en su detección y captura. El mapa del Imperio aportó una “fotografía” decimonónica que permite observar la tensión creciente contra el modelo hereditario de casa maya prehispánica, poco a poco avasallado por el tipo europeo de casa colonial. Es decir por una vivienda de mampostería con techos altos, muros gruesos, arcadas, largos corredores en algunos casos y, en general, de gran voracidad para reutilizar las piedras labradas mayas en favor de su ideología espacio-arquitectónica.
Comentario final
Sitios como T’hó fueron edificados con base a la labor de trabajadores y artesanos mayas especializados, mediante la aplicación de conocimientos astronómicos, uso de simbología y mitología natural (maíz, flores, animales, etc.) y demás. No todos los asientos prehispánicos corrieron con la misma suerte de T’hó. Chichén Itzá, Uxmal, Acanceh, Sayil, Dzibilchaltún entre otras, parcialmente destruidas por acción del tiempo e intervención humana, empezaron a ser restauradas por la arqueología institucional en el siglo XX.
Las dificultades de la colonización y la legislación real permitieron que muchos sitios prehispánicos trascendieran la empresa destructiva europea y criolla en innumerables casos. Hoy día algunas son Patrimonio Mundial de la Humanidad y/o zonas arqueológicas de importancia por su status legal de bienes culturales de la nación. Finalmente, en el caso de la casa maya del área de T’hó, el paisaje urbano actual las guarda en la memoria, aunque debido al mapa del Ing. Salazar Ilarregui se puede establecer que a mediados del siglo XIX eran patrimonio vivo en esa zona. Su destrucción dio paso a la Mérida que hoy conocemos.
Nota: Los días 9 a 13 de Octubre del presente año se llevará a cabo en el edificio central de la UADY y en la Pinacoteca “Juan Gamboa Guzmán”(INAH), el Primer Congreso Interdisciplinario del Sureste. Pasado, Presente y Futuro del Patrimonio Cultural. Temas como éste se discutirán de forma amplia, los lectores del artículo están invitados a asistir para compartir sus aportaciones y reflexiones.
Lecturas básicas:
Alfredo Barrera Vázquez, et al., Diccionario Maya-Cordemex, Ed. Cordemex, Mérida, Yucatán, 1980.
Robert S. Chamberlain, Conquista y Colonización de Yucatán (1517-1558), Ed. Porrúa, México, 1974.
Tsubasa Okoshi H., Gobierno y pueblo entre los mayas yucatecos posclásicos, En: Revista de la UNAM, vol. 50, núm. 534-535.
Ralph Roys, Political Geography of the Maya, Copia S/E, 1957.
José Salazar Ilarregui, Mapa de Mérida, 1864-1865.
VV.AA., Mérida: el azar y la memoria, Ed. APAUADY, Mérida, 1993