Dr. Iván Franco. CINAH-Yucatán. Introducción. El año 1767 marca un parte-aguas de las relaciones del Estado absolutista borbón o Corona española con la Iglesia católica. Se expresó con la expulsión de la Compañía de Jesús (CJ) de todo el imperio mediante decreto del rey Carlos III;[1] en algunas regiones la decisión aumentó el descontento social y alentó movimientos populares que fueron reprimidas con fuerza por el aparato militar.[2] Los jesuitas novohispanos expulsados terminaron sus días en Bolonia y Ferrara (Italia).[3] Todos los bienes materiales que acumularon los jesuitas en la Nueva España (templos, conventos, haciendas, obrajes, colegios, fábricas y demás), quedaron bajo control y administración de la Junta de Temporalidades (JT), Junta Subalterna en el caso de Mérida.
Un autor sugiere que la acción real fue preludio de las desamortizaciones de bienes eclesiásticos del siglo XIX en España como también se vivió en México.[4] Decenas de colegios, templos e innumerables propiedades que integraban el patrimonio de la CJ, quedaron bajo la esfera real en las llamadas “Juntas de Temporalidades” en toda la Nueva España.[5] A partir de entonces y hasta entrado el siglo XIX, muchos de los bienes muebles fueron ofertados a particulares en renta y compra-venta; otros inmuebles permanecieron bajo control estatal. Algunos fueron devueltos a la CJ cuando se restableció la relación con los primeros gobiernos decimonónicos, mientras otros pasaron a la órbita diocesana y de órdenes religiosas regulares. Fue el caso de los templos, aunque no todos se recuperaron para la orden ni para las diócesis en las que se ubicaban.[6]
I) El arribo a Nueva España. La Compañía del Jesús nació en la cripta de la capilla del Martirio (Monmartre, París), el 15 de agosto de 1534 y recibió bula papal aprobatoria seis años después.[7] Su fundación se debe principalmente a Ignacio de Loyola, un militar quien decidió sumarse a las emergentes fuerzas mendicantes que pretendían reformar a la IC pues estaban inconformes, entre otros aspectos, por su distanciamiento del ejemplo de Jesús, abusos y demás arbitrariedades en que había caído el poder papal; muy cuestionado entonces por el movimiento de la reforma protestante encabezado por Lutero. Formados como educadores y pensadores, los jesuitas llegaron a la Nueva España en 1572. Recibieron apoyo de los franciscanos quienes argumentaban que los jóvenes destacados de los nuevos territorios debían continuar sus estudios después de pasar sus primeras letras. Dubitativa, la Corona no estuvo muy convencida de otorgar el permiso a la primera de cambio.[8]
Los franciscanos optaron por continuar evangelizando a los pueblos originarios. No era su objetivo dedicarse a las necesidades espirituales ni a resolver las aspiraciones académicas o “segundas letras” de las elites. Los jesuitas tenían un acuerdo particular de obediencia papal y expresaban no reconocer la autoridad del soberano, en un momento en el que el Papado romano ya había cedido viejos privilegios a monarcas como, por ejemplo, la designación final de los obispos en sus respectivas sedes diocesanas. El pacto de lealtad jesuita a Roma, asumido por el papado hasta que se hizo insostenible, contrariaba al soberano español como a otras casas reales europeas. La insistencia de corporaciones poderosas por contar con colegios mayores para sus hijos, como fue el caso del cabildo de la ciudad de México, hizo ceder a la Corona; influyó para que Felipe II expidiera la Real Cédula que autorizó el ingreso de los jesuitas al territorio novohispano.
Además de arribar para ayudar en la conversión e instrucción de los pueblos originarios (como Juan de Tovar, quien escribió el primer catecismo en náhuatl), los jesuitas avanzaron con el despliegue de Colegios para educación formal (colegios) como de Casas Profesas. Éstas se especializaron en la enseñanza de la prédica, sermones, confesión, ejercicios espirituales, visita a cárceles, entre otras actividades formativas de talante misionero y piadoso. Después de dos años de actividad pastoral, los jesuitas empezaron a implantar colegios para la educación de los hijos de las familias ricas de peninsulares y criollos en la Nueva España. Así nacieron los Colegios de San Pedro y San Pablo, San Bernardo y San Miguel; estos últimos se fusionaron después dando lugar a los Colegios de San Ildefonso que se erigirían uno, el más importante de la Ciudad de México, como en su caso otro en la capital de la Capitanía yucateca, respectivamente.
Los colegios ubicados en el centro novohispano formaron decenas de jóvenes jesuitas quienes a lo largo de los siglos XVII y parte del XVIII cumplieron, entre otras metas, la misión de evangelizar a la compleja población del norte de la Nueva España con su particular cosmovisión del mundo y panteón de deidades. Fueron las conocidas “misiones jesuitas” desplegadas en territorios de Sonora, Sinaloa, la Sierra Tarahumara, Baja California, entre otras.[9] Los jesuitas llegaron a fundar hasta veintiún colegios en la Nueva España. Jóvenes peninsulares ricos y pudientes como también criollos y mestizos de niveles sociales menores integraron sus planteles.
II) Jesuitas en la Capitanía de Yucatán. La presencia de jesuitas en Mérida remonta al año 1605 con el arribo de Pedro Díaz y Pedro Caldera quienes, ilusionados, no pudieron iniciar la construcción de inmuebles para el asiento de la CJ. Mucho fue debido a la escasez de recursos.[10] No obstante, con el capital que legaron el bachiller Gaspar de Güemes y el Capitán Martín Palomar, se inició la construcción del Colegio de San Francisco Javier autorizado por Real Cédula de 16 de julio de 1611. El Colegio empezó a operar en 1618. El templo también comenzó a edificarse por esos años y parece ya estar concluido a mitad de siglo. Los jesuitas ya tenían operando dos colegios en Mérida y Campeche hacia 1656.[11] Su espacio para las labores académicas fueron terrenos adjuntos al norte del templo de la Iglesia, es decir, el sitio que ocupa en la actualidad el teatro Peón Contreras, el Callejón del Congreso y el “renombrado” parque a la madre al final de la segunda década del siglo XX. La destrucción de esos edificios coloniales imposibilitó tener imágenes fieles de sus perfiles arquitectónicos y estéticos.
Al iniciar el siglo XVIII, al menos en Mérida, la CJ contaba con un “campus” académico-religioso importante.[12] No se aborda el caso de Campeche debido a que nos centramos en las propiedades que tuvieron en Mérida.[13] El Colegio local obtuvo el título de Universidad en 1624 y el de 20 de abril de 1711 se emitió la Real Cédula que autorizó la construcción de dos plantas para su edificio escolar (actual sede central de la Universidad Autónoma de Yucatán). Ese primer plantel universitario de Mérida llevó el nombre de Colegio Seminario de San Pedro por acuerdo con la diócesis yucateca. Las dos plantas se destinaron a residencia de maestros y alumnos del sistema educativo jesuita y fue también parte de los bienes de temporalidades a partir de 1767. Así, ese grupo de inmuebles administrados como “campus” por la orden de los jesuitas en Mérida, terminaron en bienes “expropiados” a la Compañía. Todo desde luego después de la expulsión y abandono de tierras yucatecas siendo el gobernador Cristóbal de Zayas a quien correspondió aplicar el decreto real en la entidad.[14]
El grupo de inmuebles abarcó casi dos manzanas completas del centro, a una y dos cuadras al norte de la sede de gobierno. Se integró con el Templo del Jesús (calle 60 por 59), los Colegios San Francisco Javier y el Colegio de San Ildefonso; también formaba parte del patrimonio jesuita la estancia ganadera de San Pedro Chukuaxím ubicada casi cuatro kilómetros al nororiente ahora conocida como “Casa de la Cristiandad”, en la colonia Chuminópolis.[15] Otros bienes cuya ubicación se desconoce eran casas, pero aún no están por el momento identificadas en número y sede. El recuento de qué ocurrió con cada uno de los bienes expropiados a la orden Ignaciana, da una idea de qué edificios, espacio y misión regresaron a la órbita del poder espiritual y los que quedaron bajo influencia administrativa del poder temporal; edificios y espacios que a la larga se destinaron para usos educativo, recreativo y social.
El conjunto que en primera instancia no corrió con suerte para la causa religiosa fue el que dio albergue al Colegio San Francisco Javier; con el tiempo fue demolido y el lugar que ocupó terminó convertido en un espacio cultural que da asiento al Teatro Peón Contreras y el Callejón del Congreso. En la zona también se ubica la Pinacoteca “Juan Gamboa Guzmán” (INAH) y de forma más reciente el Palacio de la Música, espacios que también integraron el patrimonio jesuita en la etapa colonial. Una descripción breve de los bienes jesuitas resume la relevancia que tuvieron en la vida académica y religiosa de las elites y grupos medios de Mérida de Yucatán entre 1618 y 1767.
III) El “Campus”. La Iglesia del Jesús, popularmente nombrada “Tercera Orden”. Fue edificada con bienes y capital del Capitán Martín de Palomar. Poco después del abandono del grupo jesuita de Yucatán, el templo y sus anexos quedaron bajo resguardo de la Junta Subalterna de Temporalidades local. Su dimensión como iglesia es intermedia respecto del volumen de la catedral pero sobresale por su altura, diseño barroco y portal con sobrias columnas corintias decorado con relieves vegetales. Cuenta con dos elevadas torres campanario. Presenta accesos laterales y un profuso atavío interior contrastante con la elegante sobriedad de su imagen externa. Su diseño “escapó” del patrón de espadañas, el característico remate de atalaya, dominante en iglesias y monasterios del período colonial en la zona. Estos exponen campanarios múltiples con seis (Santiago en Mérida, Tahmek, Muna, etc.) y hasta ocho nichos (Mejorada en Mérida) para bronces medios y menores. Estuvo un lapso bajo control franciscano, de ahí que adoptara el mote de “Tercera Orden”, aunque para fines de culto fue devuelto a la Compañía de Jesús en el siglo XX.
El Colegio de San Francisco Javier (CSFJ). Su construcción dio inicio en 1618 a un costado del Templo del Jesús cuya edificación también empezó en ese año. El CSFJ dio cabida a jóvenes de familias pudientes de Mérida y Campeche, entonces las principales ciudades de la península con grupos económicos dominantes como encomenderos, comerciantes y estancieros.[16] Como en el caso del templo, su montaje se debió a una donación del terreno del capitán Agustín Escobar. Sus principales edificios fueron demolidos y solo se conserva el Aula Magna del Colegio, mucho tiempo sede del Congreso del Estado. Cedió en síntesis su lugar a partir de 1823 a edificios públicos destinados a actividades comerciales, culturales y recreativas como se señaló.
El Colegio San Pedro y Universidad San Francisco Javier (hoy edificio central de la UADY). El crecimiento de la demanda educativa dio paso a que frente al primer grupo de construcciones de la Compañía de Jesús (el templo y el CSFJ) se edificara entre 1711-1718 las dos plantas del Colegio de San Pedro de la Real y Pontificia Universidad de San Francisco Javier, que ocupó la cuarta parte de la manzana (calles 60, 57, 59 y 62). Llegó a su fin en 1767 con su expulsión del reino. Un siglo después, y poco después de derrotar al II Imperio, el Gral. Manuel Cepeda Peraza creó en el inmueble el Instituto Literario del Sureste, decisivo acto republicano decisivo que secularizó la educación superior y con el que dio inicio formal la educación laica en la entidad. Fue sede del Comisario Imperial José Salazar Ilarregui, de aquí que la decisión republicana fuera también un golpe simbólico a las añoranzas monárquicas yucatecas del siglo XIX.
El gobernador Felipe Carrillo Puerto le dio un giro al carácter del centro educativo fundando la Universidad Nacional del Sureste; nombró como su primer rector al intelectual cubano ateo, masón y liberal Eduardo Urzáiz Rodríguez. A fines de la década de 1930, ya siendo sede de la Universidad de Yucatán, se llevó a cabo la remodelación del inmueble. Consistió en el añadido de un tercer piso adornado con 52 ventanas con arcos trilobulados y refinados remates pinaculares; arcos polilobulados se expresaron en la remodelación de la arquería del segundo y tercer piso interiores. El achaflanado de la esquina 60 por 57 orientó desde entonces el ingreso principal al edificio, solución funcional que rompió con la tendencia colonial de determinar el ingreso a edificios relevantes en puertas o portales mayores ubicadas al centro de los muros principales, no en esquinas.
Casas de Jesuitas. Además de los edificios que conformaban la infraestructura educativa y religiosa de la CJ, en Mérida los jesuitas poseyeron casas ubicadas al parecer en el centro de la capital.[17] No se sabe cuántas fueron, pero también quedaron bajo control administrativo de la Junta Subalterna de Temporalidades que empezó a funcionar en 1770 en la Nueva España.[18] Su ubicación y estudio permitirá conocer si causaron réditos por vía de renta o venta, así como el lapso que fueron administradas por la Junta Subalterna de Temporalidades de Mérida. Es probable que las adquirieran o rentaran familias acomodadas de Mérida cercanas a los jesuitas, pero una investigación a fondo lo esclarecerá.
III) La estancia San Pedro Chukuaxím (“Casa de la Cristiandad”, Chuminópolis). Hacia 1605 esta propiedad ubicada al oriente de Mérida pertenecía al deán de la Catedral Br. Leonardo González de Zequeira.[19] Pasó a manos jesuitas probablemente cuando arribaron en 1618 para instalarse en Mérida en los edificios que se han descrito; las estancias eran unidades productivas de maíz y ganado. Presenta arquería morisca en fachada y corredores, una atribución de diseño que llama la atención pues pese a su lejanía del centro no fue común adoptar ese estilo en fincas rurales. Fue la primera propiedad en la que se cultivó caña de azúcar en la entidad, impulsado por González de Sequeira, quien terminó heredándola a sus sobrinos Thomé de la Rúa y Baltazar Correa.[20] Es probable que los jesuitas la administraran produciendo maíz, ganado, caña, hortalizas y demás.
Fue uno de las bienes jesuitas que terminaron en manos de particulares como también fue utilizada para oficinas públicas o de gobierno. Para fines del siglo XIX su propietario era Eduardo González Gutiérrez, quien instaló una fábrica de pólvora en la propiedad. Como resultado del ambiguo esquema legal en que se encontraba, también operó como sede de instituciones públicas ya que fue sede de la Escuela de Agricultura en la época de Felipe Carrillo Puerto como también albergó entre 1931 y 1933 a la escuela Normal “Rodolfo Menéndez de la Peña”.[21] Bernardo Cano Mañé la recuperó en 1935 como propiedad particular. Finalmente regresó bajo rectoría de la arquidiócesis de Yucatán y funciona como “Casa de la Cristiandad” desde 1966.[22] Conserva noria antigua y está ubicada a 3.8km del centro histórico de Mérida.
Ideas complementarias. Por las aulas jesuitas de la Nueva España pasaron y salieron durante los 156 años que funcionaron antes de su expulsión protagonistas religiosos e intelectuales. Algunos fueron padres de pensadores destacados en la etapa final del absolutismo español.[23] No pocos terminaron deslizándose a posiciones liberales de las que emergerían criollos con ideas independentistas como fue el caso de José Matías Quintana y de su destacado hijo Andrés Quintana Roo, ideólogo liberal ligado a José María Morelos y Pavón. En los colegios jesuitas se estudiaba gramática latina, preceptiva literaria, retórica, lógica, matemáticas, ciencias físicas y teología, es decir, una mezcla entre filosofía escolástica y elementos del moderno e incipiente racionalismo de base empirista.
Entre los profesores y alumnos jesuitas circularon libros “prohibidos”, de aquí que siempre estuvieran a la vanguardia de temas “candentes”; era natural su inclinación al estudio de escritos de pensadores ilustrados quienes debatían temas como el origen y la naturaleza de la divinidad, física y astronomía, la raíz del sustento del poder político y demás. La educación orientada a la “rebeldía” y a la crítica incomodó al poder absolutista pues veía a la CJ foco de ideas críticas del poder y de los gobiernos reformistas, así fueran guiados por funcionarios ilustrados educados en los recintos jesuitas. Mucho se debe al apego racionalista de sus miembros quienes, a diferencia de otras ordenes religiosas, han sido abiertos a dialogar con el pensamiento de vanguardia o contemporáneo cuyo epicentro eran Francia e Inglaterra.
La CJ mantiene hasta la fecha una actitud renovadora dentro y fuera de la IC y por primera vez en la historia del credo e institución católicos tienen en el punto más alto de la Santa Sede (Vaticano) a uno de sus miembros más avanzados en teología y pastoral sociales: Jorge Bergoglio. Francisco asumió el 13 de marzo de 2013 después de la renuncia de Benedicto XVI el mes de febrero de ese año. Abandera Francisco una cruzada por reformar y actualizar posiciones éticas, sociales, derechos humanos y financieras de la Santa Sede y en general del universo católico. Como sus hermanos históricos, Francisco adoptó el nombre en retribución al carisma de pobreza con que los franciscanos llegaron a América y convocaron a la Corona para permitir el ingreso de los jesuitas a la Nueva España.
REFERENCIAS
[1] Cédulas Temáticas (CT-INAH), La Expulsión de los Jesuitas, 4 de Diciembre de 2008; Carlos Alberto Martínez Tornero, “Las Temporalidades Jesuitas. Aproximación al funcionamiento administrativo después de la expulsión de la Compañía de Jesús en 1767”, Ministerio de Educación y Ciencia, Universidad de Alicante, s/f., pp. 537-562.
[2] Felipe Castro Gutiérrez, Movimientos populares en Nueva España. Michoacán, 1766-1767, Ed. UNAM, México, 1990.
[3] INAH, Expulsión de los jesuitas (Cédula Temática), En: inah.gob.mx, 4 de diciembre de 2008; Eva María St.Clair Segurado, “La expulsión de los jesuitas de América. Reflexiones sobre el caso de Nueva España” (IV), En: core.ac.uk, quien desarrolla una reflexión amplia y de contexto de la expulsión de los jesuitas de América.
[4] Martínez Tornero, op. cit., p. 561; Jan Bazant, Los bienes de la Iglesia en México, 1856-1875. Aspectos económicos y sociales de la revolución liberal, Ed. El Colegio de México, México, 1971..
[5] Ibid.; Enrique Villalba Pérez, Consecuencias Educativas de la Expulsión de los Jesuitas de América, Ed. Dykinson, Madrid, 2003, p. 14.
[6] Por ejemplo, en la ciudad de Morelia (antigua Valladolid) el templo que perteneció a la Compañía es biblioteca municipal.
[7] CT-INAH.
[8] Ibíd.
[9] Arturo Reynoso, S.J., Los Jesuitas en México, En: jesuitasmexico.org, 2020.
[10] Adriana Rocher, La Península de Yucatán en el Archivo General de la Nación, Ed. UNAM/CEEHCH, 1998, p. 80.
[11] Ibíd., p. 338.
[12] Ibíd.; Villalba Pérez, op. cit., p. 25.
[13] Ibídem.
[14] Rocher, op. cit., pp. 80-81.
[15] Blanca Paredes Guerrero, “Mérida y las Haciendas en el siglo XX. Territorio rural urbano”, En: Historia y Desarrollo Urbano, Facultad de Arquitectura de la UADY, Núm. 275, Julio-Diciembre 2019, pp. 53-57.
[16] Laura Machuca (coordinadora), Grupos privilegiados en la Península de Yucatán, siglos XVIII y XIX, Ed. CIESAS/SCAY, México, 2014.
[17] Ibíd., p. 81.
[18] Ibíd.
[19] Yucatán Haciendas, San Pedro Chukuaxín, En: Gobierno del Estado de Yucatán (portal de internet), 4 de noviembre de 2020.
[20] Ibíd.
[21] Ibíd.
[22] Ibíd.
[23] María Cristina Torales Pacheco (Compilación y estudio introductorio), Expresiones de la Ilustración en Yucatán, México, Fundación E. Arocena (Universidad Iberoamericana), 2008.