Por Dr. Iván Franco
Introducción. El barrio de San Cristóbal se ubica a 1km del centro de Mérida, en dirección sureste y se fundó el mismo año que la ciudad, en 1542. El templo que lo simboliza fue autorizado construirse en 1756 pero se concluyó en 1796. Su edificación abarcó los gobiernos episcopales de Ignacio de Padilla y Estrada, Antonio Alcalde Barriga, Diego de Peredo y Navarrete, Antonio Caballero y Góngora y Fray Luis Piña y Mazo.[1] Se encuentra en las actuales calles 50 con 69 y 67ª y su inauguración fue el jueves santo de 1797.[2] Es uno de los templos novohispanos “tardíos” siguiendo la política evangelizadora de España ya que, a fines del siglo XVII, estaba definida con activo clero secular activo de las parroquias. No es un templo más si se repara en su diseño “disruptivo” respecto de las Iglesias coloniales de Yucatán. Por ejemplo, su estética frontal se define con un portal rematado por una gran media concha marina que actúa como manto. Ese “medio” caparazón que corona al pórtico es un componente simbólico del bautismo cristiano, continente o portador del agua sagrada, poco expresado en la simbología religiosa o en la magnitud que expone San Cristóbal; invoca gratitud al “luchador y cargador de Cristo” que lo inspiró: Cristóbal de Canaán o de Licia.[3]
Barrio y templo. La noción de templo “tardío” se aplica porque, además de ser una de las últimas iglesias construidas en la etapa colonial en la entidad, bajo el contexto de las reformas borbónicas implementadas al mediar el siglo XVIII, la Iglesia católica empezó a ser fiscalizada en todo el Imperio español; ni que decir aquellas diócesis y catedrales cuya riqueza era notoria y su poder e influencia en la economía, cabildos y los grupos sociales casi total.[4] Fue en parte el caso de la Iglesia yucateca como de la jurisdicción barrial naciente ya que adquirió relevancia temprana debido a su signo populoso y a la diversidad étnica que acogió.[5] La política fiscal borbónica significó, para el poder espiritual, la reducción de ingresos para ramos como la fábrica de las Iglesias novohispanas. Solicitar y obtener cédula real para la edificación de una capilla, catedral, convento, etc., en la segunda mitad del siglo XVIII, no fue tarea fácil.
Fueron aspectos puntuales, además de los fiscales y las sempiternas disputas entre el clero secular y el regular, los que abrieron la posibilidad de erigir un templo y parroquia en el barrio. Ello en un intervalo de cuarenta años, pese a que en 1776, cuando gobernaba el obispo Alcalde, la obra aún estaba incipiente.[6] El dato sugiere que el santuario se realizó de facto en dos décadas, un lapso no tan ágil como tampoco “colgado” para la época. ¿Cómo y por qué se logró plantar un templo relevante en un barrio con ascendencia indígena no maya? Y ¿Por qué se construyó de forma hasta cierto punto rápida tomando en cuenta sus dimensiones y exigencias técnicas? Como barrio, se conoce que el asiento humano en el área se destinó a las tropas prehispánicas de origen mexica y tlaxcalteca. Aliadas a los conquistadores comandados por Francisco de Montejo el Mozo, llegaron a la península como fuerza militar de apoyo y se ubicaron en San Cristóbal; otro grupo del altiplano se instaló en el barrio de Santiago.[7]
En San Cristóbal esos grupos “mexicanos” fueron ubicados en la parte este de la pirámide o “montículo” más oriental del sitio, cuya cara oeste formaba con los otros edificios prehispánicos otrora visibles una gran plaza dentro del antiguo señorío maya de Ichkansihó o T’hó. No se sabe con exactitud qué cantidad de miembros de esos grupos del altiplano central se situaron en el nuevo barrio colonial. Se calcula entre 300 y 1000 colonos. Pronto sin embargo el barrio adquirió o “retomó” una dinámica particular ya que, desde mucho antes de la conquista y colonización europea, mayas prehispánicos participaban del intercambio y mercadeo de frutos entre señoríos de los períodos clásico y postclásico. Abandonadas tres siglos antes, para 1520 las estructuras principales de T´hó estaban bajo control del linaje gobernante del kuchkabal de Chakán, de los jefes y dirigentes quienes no los habitaban pero pactaron terrenos y fuerza de trabajo para servicios diversos en casas y propiedades del conquistador Montejo y sus huestes. Su decisión fue esencial para la fundación definitiva de Mérida en 1542. Algunos de los conquistadores “pobres” terminaron unidos en matrimonio con mujeres mayas y “mexicanas” residentes en los barrios Mejorada, Santiago y San Cristóbal.[8] Así se expandió el mestizaje.
El factor franciscano. La evangelización inicial de toda el área correspondió desplegarla a la orden mendicante de los franciscanos. Se edificó para tal fin un convento en la parte alta del cerro en cuestión, templo al que por razones de culto y adscripción concurrieron los habitantes guerreros “foráneos” o “mexicanos”; asistían a ceremonias a una capilla que el conquistador dedicó al mártir canaánita Cristóbal de Licia, lugar donde fue martirizado. Esa dinámica se mantuvo hasta 1668 pues, con la construcción de la fortaleza de San Benito, los franciscanos abandonaron su convento. Este, al igual que la capilla dedicada a San Cristóbal, fueron progresivamente demolidas por las exigencias y presión del uso militar y administrativo del nuevo edificio. Es probable que los servicios religiosos para el barrio se llevasen durante gran parte del siglo XVIII al aire libre, en un templo perecedero o que sus habitantes asistieran a algunas de las Iglesias de barrios cercanos como Mejorada, Santa Lucía y Santiago.
Se puede sugerir que desde mediados del siglo XVII y hasta fines del siglo XVIII, los habitantes del fundacional barrio de San Cristóbal (como los de San Sebastián), no contaron con un conjunto religioso propio, de “sólida mampostería”, para fines de culto católico. Todo lo contrario de los pobladores del centro del poder político y administrativo de Mérida (Catedral, 1598), como de los “pueblos originarios” transformados en barrios indígenas y mestizos de Santa Lucía (1575), La Candelaria (1609), La Mejorada (1624), Santiago (1637) y Santa Ana (1644), que en atención a las fechas descritas sí contaban con una iglesia para el culto. Hasta cierto punto se puede decir que la zona de San Cristóbal (como San Sebastián y otras), fueron asientos de indígenas, mestizos y castas sobre quienes la política de adoctrinamiento con eje diocesano se concretó con la construcción de sus respectivos templos hasta poco antes de concluir la etapa colonial.
Esa distancia temporal, paradójicamente, será zanjada por obispos de perfil regalista en los años finales del siglo ilustrado. Pero actuarán apegados a las necesidades de recursos de la Corona, atribulada por su crecido aparato burocrático de gobierno civil y militar cuya expresión local se inició con el arribo del Intendente y Capitán Lucas de Gálvez en 1788. Correspondió inaugurar el templo ornamentado con detalles neoclásicos al cabildo capitular ya que la diócesis se encontraba acéfala ese jueves santo del 13 de abril de 1797. A partir de entonces, el barrio de San Cristóbal adquirirá mayor talante y relevancia, mucho a partir de la dinámica populosa, movilidad e intercambio que ya lo caracterizaba. Algunas fuentes de archivo consultadas describen que como parroquia, San Cristóbal abarcó a muchos pueblos al sur de su base administrativa.[9] Sin duda la jerarquía católica, mucho antes de erigirla parroquia, contó con información importante sobre la extensa y potencial base tributaria de esos puntos.[10]
Fluidez y transición sincrética. ¿Deidades mexicas y tlalcaxtecas versus Cristóbal mártir?. La memoria e identidad del barrio no se entiende del todo si no se explora de forma ágil por qué los incipientes poderes coloniales, en primera instancia el “Mozo”, decidieron nombrar “San Cristóbal” al nuevo asiento urbano. No es fácil determinar qué deidades específicas adoraban los guerreros mexicas y tlaxcaltecas quienes colonizaron los barrios de la nueva jurisdicción sirviendo al rey de España y recibiendo por ello privilegios que se perderán con el reformismo borbónico más de dos siglos después. Se sabe que Huitzilopochtli (el dios sol y de la guerra entre los mexicas) y Camaxtli (deidad de la guerra y de la caza para los tlaxcaltecas), eran parte central de sus respectivos panteones.[11]
Mexicas y tlaxcaltecas conformaron parte del ejército de conquista de Francisco de Montejo el Mozo en Yucatán y debieron estar muy cerca del credo de esos cultos considerados “paganos” por los europeos, un hecho que sin duda fue entendido por los conquistadores y frailes españoles. Estos, inmersos en la larga duración expansiva del cristianismo occidental, abrigaban múltiples ejemplos de mártires y santos venerados por su vida ejemplar y pasión cristiana. Uno era, precisamente, el mártir Cristóbal. Pero ¿Quién fue Cristóbal antes de ser santo católico y por qué se elegía para designar un asiento? Cristóbal nació en Canaán y murió a fines del siglo III o principios del IV en Anatolia por decapitación, muy probable por orden del emperador Decio quien reinó del 249 al 251dnE; a diferencia de Constantino seis décadas después, Decio no aceptaba el cristianismo. La juzgaba una creencia pagana más, pero peligrosa.
Cristóbal medía dos metros treinta centímetros y su nombre en griego significa “El que carga o porta a Cristo”.[12] El nativo de Canaán empezó a ser venerado hasta el siglo VII cuando iglesias y monasterios europeos y asiáticos se destinaron en su honor, en nuestro caso se reservó por su lealtad al catolicismo una capilla inscrita en un templo franciscano pero del siglo XVI. La leyenda católica narra que por su tamaño y fuerza corporales un ermitaño sugirió a Cristóbal que “podría encontrar y servir al rey más omnipotente auxiliando a la gente a cruzar los ríos”.[13] Un niño “muy pesado como el plomo”, a quien asistió para superar un peligroso río crecido se le reveló como Cristo; de aquí, convencido de a quién servir partió a Licia, alejándose de la asistencia al demonio ya que “poco antes de ayudar al niño Jesús, se había sentido atraído por Satán” dado su gran poder.[14]
En Licia, Cristóbal se unió a comunidades cristianas destacando por su servicio como porque lo reconocían y elogiaban después de su episodio con el niño Jesús ya que sintió que en realidad “cargó con todo el peso de los pecados del mundo”.[15] Las alabanzas a su ejemplo incomodaron al emperador por lo que fue perseguido, preso, martirizado y muerto por orden imperial. Es en síntesis mártir y por su espíritu peregrino se volvió santo patrón de los viajeros.[16] Se identifica asimismo con el mártir egipcio San Menas, quien es patrón de los viajeros coptos, de aquí que Cristóbal sea venerado tanto por la Iglesia ortodoxa como por la católica romana.[17] Esos aspectos contaron para que el conquistador Montejo decidiera designar un barrio en honor al mártir.
La denominación del barrio de Mérida con el nombre de este mártir cristiano conjuga, según se observa, dos aspectos básicos poco conocidos. El primero es la lectura que hicieron los conquistadores de la naturaleza de las deidades que orientaban carácter y temple guerrero de mexicas y tlaxcaltecas, destacando por ello el servicio otorgado a un monarca católico, en su caso al rey español. Encontraron en consecuencia, en la vida y obra de Cristóbal mártir, el ejemplo más cercano y propicio para suplantar de forma “natural” las antiguas devociones de los guerreros prehispánicos, nada menos que sus aliados en la empresa europea de conquista y dominación. Son los hechos que llevaron de forma progresiva al “reemplazo” del culto de dioses prehispánicos como Huitzilopochtli y Camaxtli por la devoción a San Cristóbal.
No parece haber existido resistencia de los nuevos residentes procedentes del altiplano a integrar el culto de San Cristóbal en su vida cotidiana. Asumieron que los españoles resarcieron su condición subordinada al gran Tlatoani, aunque en la práctica terminaron subordinados a un nuevo monarca. Como vimos, a fines del siglo XVI, una capilla dentro del templo franciscano estaba dedicada al referido mártir, protector de viajeros cristianos.[18] El proceso de adaptación y tránsito de un culto politeísta como era el panteón prehispánico al panteón católico centrado en Jesús y santos cristianos como Cristóbal o las vírgenes marianas, parece haber sido un proceso terso o no conflictivo para algunos de los grupos prehispánicos aliados al conquistador europeo. Así, al finalizar el siglo XVIII (como mucho tiempo después), la identidad barrial en San Cristóbal, con o sin capilla tangible, era vigorosa. Una decisión empezó a cambiar esa circunstancia. ¿Qué propició entonces, y en que coyuntura, que la identidad cultural del barrio original adquiriera el matiz mariano que hoy presume? ¿Distinto al constituido durante dos y medio siglos coloniales?
La política borbónica y el culto mariano. Unas preguntas nos ayudan en este punto ¿Por qué en el momento en que gobernaba el rey que planeó la reforma del gobierno español y desplegó una ofensiva fiscal a todas las instituciones y corporaciones virreinales, una remota diócesis novohispana fue autorizada a edificar un templo católico destinado a la adoración de la virgen de Guadalupe? ¿Acaso la diócesis observaba en ese sector prevalencia de prácticas “paganas” después de dos siglos y medio de débil influencia pastoral? La construcción de una obra de características “medias” como es la iglesia del barrio de San Cristóbal, implicaba además de engorrosas gestiones, encargo de planos, salario del maestro de obra, fuerza laboral copiosa y constante, de muchos materiales en madera y pétreos. No era un proyecto menor.
Fernando VI, reformador del absolutismo español y decidido a consolidarlo con métodos científicos, dio luz verde al clero diocesano yucateco para que en 1756, en el barrio de Mérida más emblemático para la causa real, empezara el levantamiento de un templo católico “en forma”. Se decidió desde entonces, ante la prevalencia del carisma de “mexicanidad” y privilegios fiscales que subsistía entre sus pobladores, dedicarlo al culto de la virgen de Guadalupe. Pese a las disposiciones reales, la obra se concluyó cuatro décadas después, bajo el reinado de Carlos IV. Los retrasos acaso pueden atribuirse a las consabidas trabas burocráticas como a infinidad de obstáculos prácticos relacionados con carestía de dinero, el temperamento de los obispos del período, las dimensiones del “cerro” maya (el “Imposible”), resistencia y escasez de mano de obra, entre otras tribulaciones que han sido y merecen seguir siendo estudiadas.[19]
La monarquía hispana del momento, como la casi totalidad de sus obispos y diócesis regalistas (casos de los obispos yucatecos de 1756-1796), vivían y experimentaban los aires de cambio impulsados por la modernización de la relación del rey y sus súbditos así como por la innovación administrativa, los requerimientos de las guerras europeas y la ilustración en general.[20] Esa renovación pasaba por dar mayor libertad individual como ejercer control corporativo desde la parroquia, a cambio de pago de tributos reales como de diezmos. Para la Corona española, angustiada por las constantes guerras europeas contra Gran Bretaña y Francia, las antiguas concesiones impagas otorgadas a personas y grupos que ayudaron en la conquista y pacificación de las nuevas tierras, no se podían sostener más tiempo.
Era, si no urgente, sí necesario, cambiar las reglas de juego entre autoridad central y vasallos pues se trataba de homologar a todos, eliminando los privilegios y canonjías que perduraban del período Habsburgo para algunos sectores. En Yucatán, por ejemplo, las encomiendas empezaron a quedar bajo administración real (algunas eliminadas) en 1783, obligando a sus antiguos beneficiarios a moverse a otras actividades productivas, sea como ganaderos, comerciantes y en general hacendados. En tal dirección, el visto bueno para la edificación del templo de San Cristóbal, no debe entenderse como una autorización real “aislada” o como “un noble gesto pastoral” de la política real y religiosa de la época. Como en el caso del barrio de San Sebastián y de otros templos contemporáneos que aquí no se abordan, San Cristóbal es un ejemplo de cómo la política reformista ya no quiso mantener las exenciones fiscales en un barrio numeroso y pluriétnico donde formalmente, durante un cuarto de siglo, algunos sectores estuvieron exentos del pago de tributos y de otras tasas corporativas. Para la exigua diócesis yucateca,[21] la medida, además de la oportunidad manifiesta para la consolidación del clero secular frente a la alicaída orden franciscana,[22] significó la coyuntura ideal para aumentar los diezmos y demás cobros relacionados con la ronda sacramental y ritual del catolicismo.
La identidad del barrio estaba consolidada, no un sector de la institución religiosa que mejor mediaba entre los súbditos y la Corona, el clero diocesano, que a su vez fue el encargado de ayudar a equiparar a diversos sectores de la población con el resto de los tributarios de los barrios de Mérida. Ese jueves santo de la primavera de 1797 se realizaron los actos que inauguraron el templo de San Cristóbal. La diócesis se encontraba acéfala pues dos años atrás falleció el obispo Piña y Mazo y aún no llegaba su sucesor Estévez y Ugarte, quien la gobernó durante veinte años, casi hasta el final del período colonial. La arquitectura del templo constituye, como en parte la del templo de San Sebastián, una vuelta de hoja frente al hegemónico diseño franciscano de Mérida por más de dos siglos. Los obispos y clero diocesanos claramente expresaron con su diseño, altura y ornamentación, disposición de erigirse en conductores de la vida religiosa del área en plena transición de la política real, a la vez que pilares de su consolidación. Más si se considera que los franciscanos ya habían declinado en vocación, regla y costumbres hasta mostrarse como un clero inepto y descompuesto.[23]
Salvo por el abandono de población, San Cristóbal mantiene una identidad muy fuerte referida al origen mismo del asiento barrial. Fue con la política eclesiástica de fines del siglo XVIII, reforzada después desde el poder presidencial de fines del XIX, que la parroquia y sus habitantes empezaron a convivir con el guadalupanismo dentro de un simbiótico doble culto católico. Por un lado, aunque cada vez más perdida en su memoria, quienes viven en la zona, aún se definen como “sancristobalenses”. Por otro, la imposición del culto a la virgen de Guadalupe (santuario mariano desde 1895), dio vía de entrada al nacionalismo guadalupano en la región. Como se sabe, desde fechas tan tempranas como 1631, el culto a Tonantzín-Guadalupe ya se expresaba en el centro del país. Más de dos siglos después de la fundación de Mérida la política real y eclesiástica consideró que esa advocación debía tener un lugar en Mérida. Los vecinos del barrio de San Cristóbal, a partir de 1797, pasaron de sostener un fuerte sentido de identidad barrial siguiendo el ejemplo de un santo cada vez menos conocido, a formar parte de una dimensión “proto-nacional” operada desde el poder diocesano; encaminada a consolidar el culto guadalupano.
Breve descripción del templo. San Cristóbal tiene un diseño clásico de cruz romana, una bóveda de cañón y está regido por dos torres elevadas que, en cierto sentido, replican la forma de la catedral de la ciudad; un personaje de nombre Juan de Torres fue al parecer el maestro de obras.[24] Presenta un portal de acceso que remata con una concha que alude al sacramento del bautismo; lo adornan guirnaldas en cintos alusivos a la vitalidad de la naturaleza, que le dan un tono cercano al arte clásico. Otros autores defienden la tesis de que, ante todo, en la arquitectura religiosa colonial de Yucatán predominó y se materializó en obras como el templo de San Cristóbal una propuesta vernácula que hizo frente a influencias y eclecticismos europeos.[25] La concha bautismal que remata el portal actúa como “paraguas protector” y alude con la leyenda en latín que se incorporó (“Esta es la casa de dios y la puerta del cielo”), a una suerte de inquietud sentida por el clero diocesano local del siglo XVIII respecto a la eficacia evangelizadora en el barrio, un factor que incidía en los montos de los ingresos reales y diocesanos.
Comentario final. La preocupación y urgencia real de recursos se reflejó, en este caso, en cómo la política episcopal terminó por elegir que el templo para el barrio de San Cristóbal, se consagrara al culto guadalupano, de vitalidad y en aumento en esa etapa final del virreinato entre criollos, mestizos y población prehispánica. Una decisión que, por cierto, terminó por convertir el pequeño espacio parroquial en un destino de peregrinación meta-regional que a la larga superó al culto de fuerte raigambre prehispánica (Zamná) y colonial de la virgen de la Concepción de Izamal, consagrada patrona de Yucatán en 1944. Por paradójico que pueda parecer, la construcción tardía de este singular templo meridano no tuvo que ver de forma directa con la vocación primigenia de la “conquista espiritual”, menos con el añejo fervor evangelizador del siglo XVI. Se liga más con el espíritu reformista, fiscalizador y absolutista del momento. Rey e Iglesia católica regalista unidos para mantener el Imperio.
El barrio de San Cristóbal vivió ese momento con intensidad inusitada. En su materialización coadyuvaron con firmeza cinco obispos, pero destacaron en el alcance de la meta Caballero y Góngora (1775-1778) y Piña y Mazo (1779-1795). Este último debió contemplar prácticamente finiquitada la obra pero su muerte impidió protagonizar su inauguración. Fue testigo también de su ceremonia de arranque el segundo Intendente Arturo O´Neill, quien ocupó el cargo después del asesinato de Lucas de Gálvez en junio de 1792, no tan confrontado con el clero como Gálvez. Un mejor y más amplio registro de tributarios auguraba entonces mayores ingresos reales e incluso mejoría en los parroquiales. Un quinquenio después así se expresaba. Barrio y templo de San Cristóbal son por lo visto un ejemplo probo de cómo una identidad local se construye con y sin incidencia de los poderes temporal y espiritual, como también un sitio milenario al que la modernidad capitalista y su milenaria vitalidad lo han hecho cada vez más mundano.
Con especial afecto a Lilian, Silvia, Alicia
Lirio, Gisele, Ligia, Odette, Magaly y Mirna V.
Sancristobalinas de corazón…
ABREVIATURAS
AGI: Archivo General de Indias (Sevilla)
AGN: Archivo General de la Nación (México)
[1] Miguel Bretos, “San Cristóbal: Arquitectura, Estilo y Mecenazgo en el Yucatán del Setecientos”, En: www.analesiie.unam.mx, p. 99.
[2] Crescencio Carrillo y Ancona, Historia del Obispado de Yucatán, T. II, p. 833.
[3] Francis Mershman, San Cristóbal, En: Enciclopedia Católica (httpss://ec.aciprensa.com), 15 de mayo de 2020; S/A, San Cristóbal, En: EWTN, https://www.ewtn.com, 23 de agosto de 2020; S/A, San Cristóbal (santo), En: EcuRed, https://www.ecured.cu, 23 de agosto de 2020. La tierra de Canaán se ubicó entre el mar mediterráneo y el río Jordán hace cinco mil años, abarcaba parte de la actual Siria, Líbano, Jordania, Israel y Palestina con la franja de Gaza y Cisjordania.
[4] David Brading, Una Iglesia asediada: El Obispado de Michoacán, 1749-1810, Ed. FCE, México, 1994.
[5] Jorge Victoria et al, “Interetnicidad y espacios de convivencia. Españoles, indígenas y africanos en la Mérida novohispana, 1542-1620”, En: Secuencia. Revista de Historia y Ciencias Sociales, Instituto Mora/CONACYT, Núm. 92, 2015.
[6] AGI (México), Expediente 1794, Número 1317; Bretos, op. cit.
[7] Bracamonte y Sosa, Pedro, “Los solares urbanos en Mérida y la población territorial indígena en el Yucatán colonial”, En: P. Yanes, V. Molina y O. González (Coords.), Urbi Indiano. La larga marcha a la ciudad diversa, Ed. UNAM, México, p. 133.
[8] Victoria, et al, op. cit.
[9] AGN, Descripción de pueblos y tributarios de la parroquia de San Cristóbal, Ramo Tributos, 1801-1805.
[10] Ibíd.
[11] Juan José Batalla y José Luis de Rojas, El Imperio de Huitzilopochtli. Religión y Política en el Estado Mexica, Ed. Trotta (Internet).
[12] Mershman, op. cit.
[13] Ibíd.
[14] Ibíd.
[15] Ibíd.
[16] Ibíd.
[17] Ibíd.
[18] Bretos, op. cit.
[19] Ibíd.
[20] Elsy Anahí Mendoza Moo, El Cabildo Eclesiástico Yucateco en pugna por el Provisorato durante la Sede Vacante de 1795-1802, Tesis para optar al título de Licenciada en Historia, FCAUADY, Mérida, 2018.
[21] Ibíd.
[22] José Manuel A. Chávez Gómez (coordinador), De Mérida a Taguzcalpa. Seráficos y predicadores en tierras mayas, chiapanecas y xicaques, Ed. SC/INAH, México, 2018.
[23] Ibíd.
[24] Bretos, op. cit., p. 104.
[25] Bretos, op. cit.
FOTOGRAFÍAS.
De portada. San Cristóbal alrededor de 1870. Augustus and Alice Dixon Le Plongeon papers. Getty Research Institute.
Actuales. Sergio Ceballos Castillo.
!Excelente artículo!! Felicidades Dr. Iván Franco. Creo que todos deberíamos preocuparnos por conocer algo de la historia del lugar donde crecimos. Yo en lo particular, ignoraba todo esto aún cuando de joven, «pertenecía» a la Parroquia de San Cristóbal. Me ha encantado leer esta historia. Muchas gracias, Dr. Historiador, Investigador Iván Franco Cáceres.
Muy buen ensayo sobre el Barrio Histórico de San Cristóbal, donde tuve la suerte de nacer. Mis felicitaciones mi estimado Iván.
Solo me gustaría apuntar el hecho de que hubo una primera Iglesia llamada de San Cristobal, intramuros de la Ciudadela de San Benito, homónima de la actual a la que haces una magnífica referencia. RAE
Excelente trabajo de investigación. Creo que todos deberíamos saber algo de la historia del lugar donde crecimos, hay cosas tan interesantes que ignoramos. Felicidades al Dr Historiador e investigador Iván Franco por tan magnífico trabajo. Siempre quise saber por qué se le llamaba «la iglesia de San Cristóbal» si, según yo, debería de llamarse «la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe»; ahora ya lo sé. Muchas gracias por publicar artículos con tan buen contenido