Leyendas de Mérida: La Casa del Diezmo

La casa Número 471, es decir la casa cuyos portales se encuentran en el norte de la plaza de Santa Lucía, fue conocida en otro tiempo como «La casa del Diezmo» por una leyenda contextualizada en la época colonial escrita en dos versiones; una por el cronista Renán Irigoyen  firmada en 1971 y otra escrita por quien fue propietario y residente de la casa, el doctor Pedro F. Rivas en 1942. De la casa en la que se desarrolla la leyenda solamente sobreviven los portales, pues  ha sido modificada en su totalidad y actualmente es ocupada por restaurantes.  Les compartimos la versión del cronista Irigoyen fallecido en 1991.

Renán Irigoyen Rosado

Al expandirse la ciudad en el siglo XVIII, los barrios destinados a la población indígena, como Santa Lucía, fueron ocupados por la nueva población criolla y mestiza.

Todos los nativos se desplazaron al nuevo de Santa Ana. El cacique maya de Santa Lucía no cambió su residencia ubicada frente a la entonces llamada ermita y el primer cementerio de Mérida, Joaquín Tuyub quien se  había casado con una mestiza. Fue feliz el matrimonio, de cuya compatibilidad nacieron 8 hijos. Tuyub todavía alimentaba el resentimiento por la humillación de su raza.

En la camada de Tuyub había una joven muy linda beneficiada con la mezcla de conquistadores y conquistados. Tenía la prestancia de los cupules de Valladolid y la gracia andaluza de las sevillanas. Acababa de cumplir 18 años e irradiaba belleza y encanto. Mimada del cacique y orgullo de la casa.

Vinieron unas de las primeras celebraciones carnavalescas en la Mérida colonial, que se efectuaron en la plaza de Santa Lucía. Bailes y entretenimientos españoles. En una de las noches se celebró una de las primeras “vaquerías”. Verbenas de origen hispano con matices indios que recién había evolucionado en las haciendas ganaderas.

Dolores, muchacha a quien nos hemos referido, danzó la jarana con acompasado ritmo y donosura, causando la admiración de todos por su vistoso “terno” de bordado multicolor, alhajado de la mejor filigrana artesanal de la época. Se iniciaba la costumbre de premiar con “galas” a las mejores bailadoras, encimados sombreros sobre los incitados bucles de las damas. De todos ellos uno no fue rescatado por el delicado perfume perteneciente a una persona de alcurnia. Siguió el baile y el incógnito galán no se presentaba, lo cual intrigó a la bella Loló. Casi al finalizar la fiesta, aproximase a ella un garboso y al recibir el sombrero no le dio el clásico doblón, sino áurea medalla de la Virgen del Pilar con la inscripción “Pasaré por ella”

Transcurrieron los días de la Cuaresma y jueves Santo, durante la procesión del Cristo de la Conquista, imagen de bulto que recorría parte del centro de la ciudad, cargada a turnos por voluntarios encapuchados. Cuando el pueblo se desbordó, uno se le acercó descapuchándose y tomándole la mano le musitó: “Por la pascua recogeré la medalla…”.

Ese domingo paseaba la joven por la huerta que daba a la calle 62, cuando entre los matorrales asomó el apuesto galán.

Pronto Joaquín Tuyub observó variaciones en el carácter de la joven y al espiarla de noche, sorprendió a la joven en común escena de enamorados. Ciego de ira, con el machete que portaba al cinto, arremetió contra la pareja, cortando el hilo vital del cariño de su vida e hiriendo gravemente al seductor. A Dolores la entró la servidumbre al interior de la casa, declarándosela muerta por accidente. y enterrada al poco tiempo en el Cementerio de Santa Lucía.

La noche de la tragedia, pasaron lista en el cuartel de la Ciudadela de San Benito, no se presentó el Alférez don Alberto de Pino y Santiago, ausencia que, al repetirse la mañana siguiente, llamó la atención del Coronel y fue motivo para que el Capitán General ordenara una investigación, aunque según parece llegó hasta las puertas del domicilio de don Joaquín Tuyub, jamás la traspuso, porque bien sabido es que la vara de la justicia suele desviarse de sitio en los lugares donde hay muchos doblones. (Este párrafo corresponde a la versión de Rivas)

El Alférez Alberto de Pino y Santiago se curó en el calabozo de la casa de Tuyub y luego fue dejado inicuamente morir de sed e inanición, siendo enterrado en la huerta que fue testigo de sus felicidades y que miraba hacia la calle 62 x 53, la esquina de «La Grulla«.

Pasados los años, la familia Tuyub se trasladó al barrio de Santa Ana y alquiló su antigua casa a un español. Pero viejo y abrumado por el peso de su crimen, Joaquín lo confesó a un fraile que lo absolvió, disponiendo ambos que las rentas obtenidas de aquella casa pasaran al patrimonio de la iglesia como diezmos, de ahí que se le llamase «La casa del diezmo».

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